Hay un cuento de Kafka que se llama preocupaciones de un padre de familia, que habla de manera muy kafkiana (ja) acerca de la relación de este padre con cada uno de esos hijos, sus desvelos más bien extraños y a veces prejuiciosos y desagradables. Uno que ha vivido relativamente bien, que patea la perra porque no consigue jamás llegar a ese nirvana en que las preocupaciones dejen de tener sentido, le siente otro sabor a esas proyecciones mentales que les llamamos preocupaciones. Como leía ayer, "... esa parcela de dominio mínimo que maneja y exige para sí una medianía burguesa en una sociedad como la nuestra: la casa propia, una actividad comercial, un puesto, un sueldo, la enseñanza que se les imparte a los hijos, lo que uno come, las expectativas de mejora social, en suma, cierta aspiración a identificarse con lo estable." (A. Jocelyn-Holt, 1999) y la enumeración me pareció conocida, y me pareció menos que burguesa, me pareció más bien que es lo mínimo que debiera uno poseer para educar y criar hijos y tal vez envejecer con cierto decoro. Pero es tan relativo todo esto y tan inciertas las fuerzas con las que uno dispone que no faltan las oportunidades en que uno se siente y cree sentado en una enorme gelatina, y a veces -cuando se cree en diosito- uno confía en la enorme bondad de papá y en que se hallará la solución por densa que sea la atmósfera, sin embargo te das cuenta que la única ventaja comparativa válida radica a veces en dones y talentos que te fueron negados o que se te dieron sin manual de instrucciones, en prebendas que uno no adquirió o que no conoció a tiempo y te las tienes que batir a la que te criaste, con unas habilidades de las que a veces descrees y apostatas, dándole de palos ciegos al monstruo negro de la incertidumbre (la amante abyecta de gentes como el guatón Flores y los Negropontes y Kellys del mundo), palos que nunca sabes si aprovechan o desaprovechan lo que ocurre, para gente como yo -si es que hay alguno- la pregunta no es si serás o no capaz de salir adelante, o más bien dicho, de sobrevivir en medio de este caldo de gallina negra, la pregunta más bien parece insinuar si acaso no estaremos desperdiciando nuestras (pocas o muchas) fuerzas e inteligencia sin saber que clase de futuro estamos pavimentando, a fuerza de pensar en las preocupaciones (que no suelen ser menores) ignoramos si estas soluciones provisionales nos acompañarán mañana, cuando viejos, cuando los niños vayan a la U -si es que van-, cuando la vieja se enferme, cuando las manos ya no puedan seguir, cuando los ojos se empañen, etc.
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