jueves, enero 03, 2013

El Plan Lemming (2002)


Como algunos de ustedes recordarán, la historia del “Plan de Equilibrio” empezó como una broma algo cruel del Ministro Arregui acerca de la solución al deficit fiscal, tema que nos tenía inconfesadamente preocupados desde lo de Argentina y la depresión económica global.

Un poco Darwinianamente, Arregui afirmaba que a partir de la adopción mundial del modelo capitalista -y aunque les doliera- hasta por el malogrado marxismo internacional, el mercado había pasado a ser la entelequia responsable "por default" de todos nuestros éxitos y fracasos.

Contra ella, decía el Ministro, no hay leyes válidas ni necesidad de regulaciones, “ahí fue en que se cayó medio a medio el Compañero Presidente -Allende-“ cuando intentó controlar todas las variables económicas y planificar desde ahí su "revolución a la chilena".

Arregui hablaba con esa elegante displicencia que admirábamos todos sus cercanos, y en realidad ninguno de los que estábamos ahí creímos que ocultara algo más detrás de sus bromas, por eso cuando puso el ejemplo del sistema de salud y la tercera edad cundió cierto escándalo -nadie puede exhibir ese tipo de impudor intelectual-. Arregui decía que si el mercado es el que regula cada mecanismo de la vida humana, entonces por fuerza tiene que sobrevivir el más eficiente, el mejor adaptado: "el modelo no precisa recursos humanos cuya edad o condición física y mental le impidan integrarse. Ni el estado ni las empresas pueden hacerse cargo de aquellos que no consumen, que no planificaron su vejez y que le piden al estado una manutención para la que, por desgracia, hace falta meter la mano en un bolsillo para vaciar otro" (algunos aquí se rieron, no se supo porqué).

Claro, con cierto humor negro se puede extrapolar cualquier cosa, y regular la vida de los simples mortales como quien regula el marco económico para las empresas, es algo que no requiere más que un poco de humor y flexibilidad mental, lo que no tiene nada de extraño cuando el mercado ha permeado todos nuestros hábitos. Pero el Ministro seguía entusiasmado con sus palabras: "Salud y educación de la más alta calidad para los que mantienen vivo y activo al sistema económico ¿que otra cosa es lo que hacen las abejas en sus colmenas al alimentar de manera especial a la abeja reina y sus larvas?".

Arregui, como siempre, seducía y encantaba con su discurso, y era que no, pues como todos ustedes saben el hombre se había fogueado en el campo empresarial y su riqueza no era menor, pese a haber sido un personaje de origen humilde.

Aunque sus inclinaciones políticas eran cada vez más difusas.

Esa noche nos fuimos todos a dormir un poco convencidos de que el Ministro se había pasado de copas y que quizás quería provocarnos -como era su estilo- para hacernos reflexionar como hace el maestro zen con sus discípulos: pregunta y castigo, cachuchazo y silencio. Pero los hechos que ustedes ya conocen desmintieron este apresurado diagnóstico.

Llegó el 21 de mayo con el país todavía incrédulo con las caídas imparables de las bolsas occidentales, los cambios presidenciales en casi toda Latinoamérica y con el dictamen incontestable del FMI -y de los principales agentes económicos internacionales-, de que las administraciones estatales emergentes debían ajustarse a las desregulaciones comerciales que exigía la nueva mega economía global implantada después de lo de Argentina, Afganistán y Venezuela.

El Presidente sabía -y muchos de nosotros también- que las reservas fiscales no habían podido estirarse más allá de los primeros seis meses, después que centenares de miles de argentinos cruzaron la frontera y se instalaron en Chile para huir del caos, el abandono masivo y el virtual exterminio de cesantes y enfermos llevado a cabo impunemente por el empresariado político más rico y pragmático de su país. Porque hay que decirlo, los políticos estatistas y un grupo de empresarios, ligados a la especulación y la droga, hizo lo que quiso al amparo de los doce meses de anarquía provocados por el estado de sitio que decretó la Asamblea Legislativa.

Alguien tenía que perder, naturalmente.

Ese 21 de mayo el Presidente habló ajustadamente de la encrucijada histórica que nos había unido a chilenos y argentinos, habló de la herencia del autoritarismo militar en nuestras historias comunes, y se refirió al fin de la historia de Fukuyama como algo que quizás estábamos viviendo, al asumir que la convulsionada historia del cono sur no hacía si no confirmar el camino único al desarrollo y crecimiento encarnado en el capitalismo y el mercado. "Nada de lo aquí ocurrido ha puesto en duda cual es el camino" dijo el Presidente, "pero el precio de caminar juntos no la pueden pagar los que sostienen y mantienen funcionando la maquinaria de nuestros países, necesitamos cabezas, manos fuertes y espaldas sanas para hacer frente a los nuevos escenarios, por eso queremos solicitar a quienes han dado todo por la patria que den lo último que les queda por el bienestar de este país nuevo".

No se si a alguien esto le hizo eco o sencillamente las palabras pasaron por un zapatito roto, lo cierto es que todos aplaudimos, incluso la oposición siempre proclive a desestimar las acciones del gobierno -con o sin razón-. Pero es que el “Plan de Equilibrio” estaba listo, cortado y aceitado con la venía de las asociaciones industriales, de las empresas de fondos previsionales y las instituciones de salud privadas y públicas. En la práctica el estado dejó de hacerse cargo de los enfermos terminales y de los ancianos, los pobres que enfermaban y no podía costear tratamientos demasiado caros comenzaron a ser ayudados de manera módica por el estado para morir de manera digna.

Las eutanasias y sus posteriores cremaciones en masa resultaron ser muchísimo más económicas que los tratamientos médicos y los subsidios a la salud. La efectividad del sistema radicaba en que al no haber soluciones que no pasaran por el mundo privado, la mayor parte de los enfermos, desalentados preferían tener una muerte digna a sumir a sus familiares en costosas deudas sólo por el “capricho personal” de vivir unos pocos años de mierda, con el miedo consiguiente de ser aislados o encarcelados por no cumplir con el pago de las ya muchas e infinitas deudas con que siempre ha funcionado la maquinaria económica.

La idea, que más tarde afinó Arregui para los que éramos sus asistentes más cercanos, era privilegiar la asistencia a los que tuviesen la posibilidad de generar empleo y los que provocaran menores gastos al sistema previsional, de salud y laboral. Es decir las “mentes, manos y espaldas firmes” que pidió el Presidente para el 21 de mayo. El ejemplo que nos puso el médico asesor del Ministro fue que es preferible bajar la presión sanguínea haciendo pequeñas incisiones indoloras que esperar que la cabeza entre en shock por alguna hemorragia cerebral y colapse el cuerpo completo. "Debemos asumir que somos colectivamente un cuerpo que debe funcionar para el bien común y no solamente para el bien individual, el cual tiene que suplirse sus propias estructuras de manutención, las células de este tejido que asumen su desgaste deben por iniciativa propia dejar el cuerpo para darle espacio al recambio y la salud del organismo entero", nos dijo el médico asesor en una de tantas charlas que el Ministerio organizó para los que estábamos en el círculo de Arregui.

Algo que yo no asocié al momento que supe de esta medida y de su implementación fue la historia de la inexplicable conducta de unos roedores septentrionales a quienes se les ha colgado el mito de ser suicidas masivos, pues al superar sus cotas demográficas, aparentemente corren en estampida provocando que muchos de ellos rueden por acantilados o caigan al mar.

Lemming se llaman estos bichos y me dio algo de pena que fuéramos tan parecidos, que desde el salto dado por esos neandertales cazadores de mamuts hasta ayer, termináramos actuando como roedores o como abejas de un panal, enredados en la espiral histórica de las teorías o las trampas de nuestra propia civilización.

Afortunadamente Arregui consiguió que el ministerio nos asegurara una buena póliza de salud. A fin de cuentas, no era cosa de dejar tirados a los amigos.