jueves, junio 26, 2008

Salir de la línea de tiza


Si sólo fuera estarse así, dejando que las cosas sean. Con todos los ruidos del mundo de fondo, alaridos de bebé mimada, un fondo entre absurdo y divertido de las noticias en la tele, de la madre reprendiendo a niños, los comerciales, el tiempo y los pasos que suben y bajan por la casa, del primer al segundo piso.
Dejar que las cosas sean. La forma en que una pequeña enfermedad crece y se toma el cuerpo, como una pequeña molestia crece y se vuelve una pesadilla, como las deudas ladinas se tornan en verdugos implacables, y las caras de palo que las emiten, en que no hay contenidos ni opciones. Una verdadera lata, uno sigue respirando porfiadamente. Uno sabe que la vida es esto y que el zumbido del poder, del miedo y las amenazas siempre quieren estar ahí, premiando o apremiando.
Y uno pone cara de poker o cara de sufrido o cara de poto o cara de raja, o uno esconde la cara y empieza a pensar qué mala hierba te fumaste el día que dejaste que pasara todo esto.
Empezar a pensar puede ser el inicio del fin o el principio de la nada. Puede ser cualquier cosa en realidad. Mejor descolgar y empezar a pensar de otra forma. Claro, como si fuera tan sencillo. Pensar… facilísimo, Ni hablar de que para pensar distinto hay que sentir distinto, casi nada, si poh todo imposible de fácil. O como me decían ayer “deja de pensar”, la otra opción, la más desprestigiada dejar que hable el instinto, esa voz sin razones que gusta de probar por fuera de la línea de tiza las mejores arenas donde dejar un rastro.
Qué se hace entonces. Optar por la acción, por la que sea, en principio dar un paso, pararse del sofá o de la cama, dar otro pasito más, sólo para ver que hay a la orilla de todo esto. Quizás encontrarte ahí o seguir caminando. Eso no es poca cosa, a pesar de todo, a pesar de los tropiezos invisibles. Seguir caminando no ya por el camino ni por deporte, sino como ejercicio de supervivencia.
No como quien huye sino como el que escucha una voz o entreve una luz en la bruma.
El cuesco de este problema es que a fin de cuentas no se sabe bien hacia donde se va siguiendo las torpes señales del instinto, sólo que hay que ir y que las cosas sólo tienen sentido después.
Cerrar los ojos y dejarse ir.
Tobogán escalera abajo
Rodando en el cemento áspero
De una calle de la niñez
Rodando entre las piedras
Golpeando rodillas y costillas contra
Árboles, cunetas, líneas de alquitrán,
Piedras y mierdas de perro
Como un espiral en su eje
Girando manchado y adolorido
Pero ya sin remedio
Girando en la tierra, en los charcos
Entre malezas y espinas
Girando entregado al destino
Sin amargura ni sorpresa
Besando con labios y dedos
La grasa y el aceite
De camiones y autos, sin remedio
Besando las manos que
A veces
Tiernamente y a veces
Rabiosamente
Tratan de parar esta cascada
De días y años
Con los ojos
Cerrados.