lunes, octubre 16, 2006

encuadres con final feliz

 Poner en orden la obligación de todos los días salir duchado de casa, duchado y bien despierto a pesar de la pesadumbre matinal, del ayuno nocturno y las malas pesadillas con mujeres abominables, con la sombra oscura de un miedo inexpresable y la vejiga a reventar. Meterse obligado pero optimista al chorro tibio que crepita sobre la loza de la tina, cerrar los ojos y quedarse ahí, dejando que las ideas, los miedos, las rabias, los recuerdos, las ilusiones, los sueños, la grasa, los meados y algún peo adormilado se vayan por el desagüe de una vez por todas. Hacerlo consecutivamente entregado a la esperanza de que las horas del día harán su misión reiterativa de barajar encuadres precisos, la balanza electrónica y sus 87 kilos, la taza de café en la cocina, la camisa a rayas, el dentífrico en polvo, la seda dental y esa sonrisa forzada y espumante en el espejo, el parabrisas mojado, el semáforo al doblar la esquina. Fotogramas aburridamente familiares pero tranquilizadoramente cariñosos que me ponen de vuelta en el circo de todos los días, el velocímetro a 71 kilómetros por hora entre el Hyundai verde y el Toyota blanco, la radio con el número digital fijo en el 88.5, las voces también familiares del Polo y Matías, el dedo que indeciso presiona un botón y que instala un disco hiperrepetido de los Beatles: “...so I sing a song of love for Julia...”, mientras la cabeza pasea por los tópicos a repetirse rutinariamente, la planilla excel que debe estar enviada a mediodía, el correo que debe irse antes de las diez, las boletas de servicio que no pueden dormirse en su carpeta azul, la cita a almorzar con el jefe, la cuenta impaga de la luz, el precio de la bencina, el rollo de grasa en el abdomen y mis pobres pies helados que frenan y aceleran obedientemente. Por fuera son las calles y los hoyos de la calle, los lomos de toro, las micros blancas y las amarillas, el Peugeot gris que dobla en segunda fila, la señora de jeans y chaleco negro que avanza lentamente en la esquina impidiéndome pasar y el rugido del camión de la basura que me pisa la cola del auto pidiendo paso.
Yo tarareo a Lennon impávido, se que esto no es más que el día siguiente y el anterior de una serie inconmensurable de días inquietantes y tranquilizadoramente aburridos, no proyecto nada dolorosamente real ni candorosamente ilusorio en esto que me ocurre, avanzo medio dormido por las canciones de un cd con canciones viejas “...her hair of floating sky is shimmering...” mientras las calles suman letreros verdes, semáforos, demoliciones, escolares, pacos y ceda el paso. Yo tarareo mi resignado chofereo, seguro de que no importa que malo sea el primer sabor de la oficina helada todo será pasajero y que el fotograma final, el desencadenante será tu cara sentada a la mesa contándome tus teleseries de oficina, será el close up de tus labios sobre los míos.
Pero falta mucho para llegar a ellos.