sábado, julio 22, 2006

Bueno, ya que estamos aquí

Llevé el auto al mecánico. La ciega confianza que uno pone en ciertos oficios pelea naturalmente con la desconfianza que despiertan esos mismos oficios. Mi mujer y un abogado que trabaja con ella consideran a este señor como el "honesto". Y uno por ahí cree y acepta, por ejemplo, que los neumáticos hayan salido tal cantidad de plata, que el catalítico no tenía vuelta y que con los gases y los carburantes pasaba tal otra. Uno cree y punto. Es una decisión que mezcla guata y cabeza, no tengo ganas de desconfiar en un asunto en el que no se demasiado y que tampoco me despierta curiosidad ni pasión. Por eso hago malabares con tres cheques para no dejar el auto como está, con los frenos a la miseria, el afinamiento pasadísimo, los neumáticos que ya ni frenan y la revisión técnica vencida. Uno cree y asume.
Y luego pasa a otra cosa.
El laburo, por ejemplo, la pega. El trabajo periódico de proyectarse en lo que uno hace o de inventar soluciones donde sólo se vislumbra incertidumbre y oscuridad. Uno cree en si mismo y observa curioso como las cosas salen bien o mal, los vicios, las malas prácticas, lo que podría hacerse, lo que debiera hacerse, las ganas del resto por hacer o no las tareas.
Pero también ahí hay que pasar a otra cosa, por ejemplo, llegar al fin de semana y ser esposo, papá y amigo. Sin sentimientos de culpa por que el laburo, la pega, se meta con uno en cada rincón del día, porque muchas tareas no alcanzan a ser hechas a tiempo y así sonreir y ser esposo, papá y amigo debe negociar educadamente con las ganas de uno de andar impecablemente por la vida.
Aprender a decir que no.
Y pasa a otra cosa. Mirar más allá. Mirar mucho más allá. Muchísimo más allá.
¡¿Qué es esto que escribo?!
¿Quién es el que escribe?