Bueno, ya que estamos aquí
Llevé el auto al mecánico. La ciega confianza que uno pone en ciertos oficios pelea naturalmente con la desconfianza que despiertan esos mismos oficios. Mi mujer y un abogado que trabaja con ella consideran a este señor como el "honesto". Y uno por ahí cree y acepta, por ejemplo, que los neumáticos hayan salido tal cantidad de plata, que el catalítico no tenía vuelta y que con los gases y los carburantes pasaba tal otra. Uno cree y punto. Es una decisión que mezcla guata y cabeza, no tengo ganas de desconfiar en un asunto en el que no se demasiado y que tampoco me despierta curiosidad ni pasión. Por eso hago malabares con tres cheques para no dejar el auto como está, con los frenos a la miseria, el afinamiento pasadísimo, los neumáticos que ya ni frenan y la revisión técnica vencida. Uno cree y asume.
Y luego pasa a otra cosa.
El laburo, por ejemplo, la pega. El trabajo periódico de proyectarse en lo que uno hace o de inventar soluciones donde sólo se vislumbra incertidumbre y oscuridad. Uno cree en si mismo y observa curioso como las cosas salen bien o mal, los vicios, las malas prácticas, lo que podría hacerse, lo que debiera hacerse, las ganas del resto por hacer o no las tareas.
Pero también ahí hay que pasar a otra cosa, por ejemplo, llegar al fin de semana y ser esposo, papá y amigo. Sin sentimientos de culpa por que el laburo, la pega, se meta con uno en cada rincón del día, porque muchas tareas no alcanzan a ser hechas a tiempo y así sonreir y ser esposo, papá y amigo debe negociar educadamente con las ganas de uno de andar impecablemente por la vida.
Aprender a decir que no.
Y pasa a otra cosa. Mirar más allá. Mirar mucho más allá. Muchísimo más allá.
¡¿Qué es esto que escribo?!
¿Quién es el que escribe?
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