martes, agosto 02, 2005

Ahora que escribo

La aceptación de lo inevitable, o la asimilación de lo doloroso por lo natural es tarea ajena a mi raciocinio, es tarea ajena a mis tripas, es ajena en su totalidad. Hoy no hay más que una incertidumbre que no parece venir de la alegría ni menos de la tristeza, en esta meseta de ambigüedades donde caminamos sabiendo que la fiesta se acaba y que hay un límite, como dijo Borges ("para siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano, la encrucijada te parece abierta y la vigila cuadrifronte Jano"), pareciera quedarnos aceptar la transitoriedad, la imposibilidad de lo permanente.
Ahora que escribo, justamente sabiendo que alguno me lee, ustedes me leen, cuyas caras ignoro, para quienes mi pena no tiene cara ni volumen. Soy las palabras que despiertan, remueven, tocan, ligeramente recuerdan que a veces las emociones de esta vida extraña son casi las mismas para todos ("tres cosas lleva mi alma herida: amor, pesar, dolor" Los Mareados, Cadícamo y Cobián), que nuestra red de ilusiones comparte algunas certezas misteriosas y a veces olvidadas, como corresponde con todo lo que nos puede doler.
No es manía esta tristeza sin tristeza, esta aceptación del miedo y de la incertidumbre, este bautismo en la amargura insípida de la realidad de la vida, es una puteada cósmica, una chuchada metafísica contra el hecho de que por muy estoico que uno sea, nunca va a desear que alguien que uno ama sufra.
Esto que escribo en medio de dos semanas de cavilar y rumiar no sirve para otra cosa que para hacer justicia a lo que decía mi viejo y pérdido amigo Joze, el hermano de Mi Paredro "...ganarle al coso de dejarse vivir y más vivir".
Decir en otras palabras "mira vida maricona, estoy dolido pero no me vai a ganar conchetumadre, no me voy a dejar vencer puta culiá"...