del 1990
Los pájaros volaron de pronto tan bajo que casi tocaban el sombrero de Marcia, esto no dejaba de causarle algún temor aunque el hipotético saludo de esa soledad le pareciera así más concreto, era tan necesario a su parecer dejarse llevar por el silencio compartido de los pájaros y el sol que no se daba ánimo más que para permanecer estática, contemplando la ondulación de las lomas, el puente montaña abajo y la carretera, la que parecía remota e incapaz de turbar de ningún modo su letargo de camino secundario y lomas adentro. Porqué Marcia había llegado allí, ella misma no lo sabía muy bien, tampoco pretendía explicarse algo tan presente y delicioso, algo como una primera mirada al mundo. No quería ni aspiraba a explicar nada, las explicaciones vendrían después, por lo pronto esa transgresión regañaba a la realidad. Ese viaje forzado fuera de su órbita y la descuidada forma en que había desechado el auto, tenían muy poco que ver con el sol tibio lleno de cosas que estaban siendo presentadas como viejas amigas, las que parecían devueltas tras un largo tiempo en desuso, el olor de la hierba, el sonido de los insectos, del viento en los arbustos y los árboles y los motores tan lejos que apenas tocaban la realidad, pareciendo objetos de un sueño más que de la ruta comprometida con algo tan concreto como supervisar una partida de envases impresos para exportación en Valparaíso, pensar en eso, en las palabras que lo definían llegaba de muy lejos y tan insignificante que Marcia volvía a aspirar maravillada el olor de los matorrales, apretándose el sombrero a la cabeza, ya que comenzaba a elevársele con el viento. Pero tampoco eso contaba, todo era, por el momento, dedos, oídos, nariz y boca en la tierra y su aroma, en el humus, en las chicharras bajo el sol.
La bandada volaba en círculos apretándose a un gran árbol, la tarde inmóvil prestaba un escenario especial a esta extraña agresión de Marcia a su rutina, y también era extraño oír el modesto escándalo de los pájaros que sin saberlo representaban para Marcia una vieja obra, un guión que le recordaba su noción de permanencia, de un pájaro es todos los pájaros, de esto ya ocurrió, esto ya me pasó, esto es y será una página circular, un anillo de moebius al que yo no se si pertenezco, y esa sensación no dejaba de serle grata, algo de la niña intrusa se le asomaba a la piel, la pueril satisfacción del secreto con un amigo imaginario, aunque fulano y sus impresores estuvieran en comité aguardándola en el puerto, que más daba, que apuro podía correr, al menos los pájaros no mostraban la menor impaciencia en sus ritos, su realidad no tenía cuantificación en el erario nacional, ni eran factores de la dinámica económica de la sociedad de libre mercado, ni un elemento de la plusvalía proletaria… Pero Marcia al pensar todo esto se daba cuenta de que en vez de sentir razonaba, y que aunque eso era como una mancha aún así no lograba más que hacerla sentirse bien, lo que ya era mucho por lo que respiró satisfecha y volvió por donde había llegado.
En el auto su pequeño hijo jugaba ruidosamente con un camión de juguete, su pequeña mirada de dos años examinó a Marcia cuando ésta subió al vehículo. Así, como se sentía, el mirar a su hijo que la miraba se le antojaba algo dulcemente misterioso, la fracción de segundo parecía estirarse hasta tocarles frente con frente, la frente tersa y redonda de David y la de ella escondida en el pelo y el sombrero que no tardó en volar al asiento trasero cuando abrazó al niño, sintiéndose bien, con esa minuciosa y lenta sensación que se definía como felicidad, y eso tampoco era necesario explicarlo, como sí tendría que explicar de algún modo su retraso al jefe de impresores, al alemán de la gerencia y a su madre que había quedado en cuidar de David toda esa tarde.
La carretera era una ruta conocida para Marcia, sin novedades, por la que podía dejar rodar el auto sin pensar demasiado, sin decidir ni prestar atención a las variantes, a los letreros, éste dice esto, éste lo otro, su conciencia entonces se concentraba en los camiones que pasaban descuidadamente, en David que cada cierto rato le hacía preguntas sobre las vaquitas y los camiones, y aún así una tibia serenidad atenuaba todo lo que ocurría, algo como una pieza de Couperín que volvía y volvía a su mente, pero volvía como algo delicioso de ir desgajando, "Barricadas Misteriosas", y a medida que la luz se hacía oblicua más tangible era el sonido de la guitarra. Trató de tararearlo, no era fácil más aún que el niño trataba de seguirla, no, no era fácil pero a cada minuto le resultaba más sencillo olvidar la imprenta e irse a pasar el resto del día con su madre, ya mañana habría tiempo de demostrar que no en vano llevaba las cuentas de grossos exportadores, diseñadora y cursos de industria gráfica, pero esos subtítulos eran ahora una molesta atribución que nada tenían que ver con las vaquitas de David y el mechón que le cruzaba desordenado la frente, y menos tenían que ver con los pájaros que de seguro aún no acababan de alborotar el silencio de las lomas, "pero madre mia, para quien cantan esos pájaros", pensó Marcia abriendo los ojos para ver mejor lo que ocurría en el camino.
Una sombra apretada y temblorosa se cernía sobre el pavimento, "mira mami los pajaritos", al bajar la velocidad asomó la vista por la ventanilla para ver cómo sobre el auto se encontraba una nube de pájaros que planeaban silenciosamente, era sobrecogedor y hermoso esa marcha de alas inmóviles que iban y venían sobre la carretera. El auto al detenerse en la berma dió un nuevo curso a la solemne procesión, era como oír a un couperín, como ver llover, como David que hacía su propio show mirando a los pajaritos como percibiendo que algo bello ocurría, Marcia pensó por una milésima de segundo que era imposible que esto estuviera ocurriendo, "pero tonta está ocurriendo", tomó en brazos al niño que conversaba con los pajaritos, "¿Qué dicen los pajaritos David?", su hijo inventó una frase carente de significado y se dió por satisfecho, "los pajaritos quieren irse a la camita mami", "sí, pero eso está muy lejos mi amor, mira a la vuelta de ese cerrito está Valparaíso y los pajaritos vienen de allá", al decir allá Marcia alargó la última sílaba como para mostrarle a David un allá que a ella misma se le escapaba.
Estaba platicando con el niño cuando suavemente sintió que una treintena de pájaros la cogían en vilo y con el niño en brazos la elevaban, "esto no puede ser", pensó Marcia asombrada, "mami estamos volando", "así parece mi amor", la consistente cinta negra de la carretera parecía de pronto un río espeso e incómodo en medio del matorral silvestre que rodea los bosques costeros, era espantoso y mágico lo que ocurría, claro que a David le parecía gracioso, que más esperar de dos años de vida, tiempo en que vivir es un juego, incluso volar cogido por decenas de pájaros silenciosos a través de la luz amarillenta de la tarde, y distinguir a Valparaíso desde el aire, como ni Aldo Francia se la imaginaría, a altura y velocidad de pájaros planeando, cuando nada de eso era fisicamente posible. Sentirse calada por el viento marino sobre los cerros superpoblados, volando como en una película antigua, contorneando la carretera ocultos por los árboles, "mira mami los arbolitos", y David gozando algo que nadie jamás creería y que quizás terminaría por olvidar atribuyéndolo a su imaginación.
Debía gozarlo completamente mientras durara, "estas cosas sólo ocurren en la cabeza de una guagua, de los niños chicos", pensó Marcia mirando la ciudad rojiza que parecía ir saliendo del agua, al mirarla así tan lentamente como el vuelo de los pájaros, se le ocurría que más de una vez en sus sueños la sensación de vuelo la había unido al puerto, a sus casas oxidadas, haciendo un reconocimiento de territorio, con estaciones en el alumbrado público y los cables de luz, tema reiterado de sueños siempre en desacuerdo con la realidad, como la súbita preocupación que le asaltaba por el auto abandonado, por su madre y la imprenta, pero algo le decía que no era el momento para ello.
Eso era la diaria supervivencia, no sólo del sustento necesario, sino del estatus y su posición social, "Marcia por Dios no puedes negar que eres tan burguesa como cualquiera, e incluso más, por cierto que si mandaras a la Ruth en el auto a Valparaíso en vez de dejarla lavar la ropa como lo hace una vez por semana sería raro que por pura poesía y hermosura se fuera a conversar con el paisaje y los pájaros", y al decirse esto miraba a David como un futuro proyecto burgués.
"Que demente es todo esto", pensó mientras se venía a su cabeza la empolvada frase "observen atentamante las aves del cielo, porque ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, no obstante su padre celestial las alimenta", muy ad hoc, aunque perteneciera a un tiempo en que Dios tenía un significado muy distinto para ella, aunque esto de volar con los pájaros tenía sí algo de celestial, y David algo de ángel con sus ojos enormes mirando los autitos, "el mar mamá", "si, Davicito, y esos son barquitos ¿sabes como hacen los barquitos?", "tuuu-tuuu", "si, los barquitos hacen tuu-tuu", no dejaba de asombrarle lo trivial que resultaba hablar con su hijo sintiendo el aire que les cosquilleaba en el cuerpo, oliendo las imposibles cimas de los árboles.
Si, ya era demasiado pero los pájaros, sólo ellos sabían el desenlace.
Iban ya a entrar en el radio inexorable del puerto, a las casas periféricas cuando el vuelo condujo a Marcia y su hijo a un patio de casa vieja, donde se veía colgar ropa y el color verde proliferaba por los techos.
En calzoncillos un niño corrió al medio del patio, entre el aleteo confuso de los pájaros el niño vió con tristeza la imagen extraña de Marcia con su hijo en brazos, tan diferentes para su costumbre, con esos rostros pálidos y recién caídos del cielo. Marcia no sin cierta ironía se alegraba de que sólo la hubiera visto ese niño, en medio de ese conventillo donde lo natural habría sido ver a la gente pululando en sus quehaceres, especialmente con su misteriosa aparición estilo nuestra señora de no sé donde, lo que también era risible tan de bluyines y chaqueta de gamuza, una virgen realmente moderna, podía incluso servir como promoción a una nueva línea celestial de mezclilla, y así Ad absurdum.
Ad absurdum todo eso, el conventillo y el niño en calzoncillos.
Pero más aún en medio de su desaliento comenzó a ver como una pequeña muchedumbre se asomaba a los balcones, a las ventanas junto con la cual un murmullo creciente se apoderó del silencio que hasta el momento imperaba, entonces como una marea que se repliega el ruido fue mermando para darle paso a una mujer gorda cuyas mangas recogidas dejaban asomar dos gruesos brazos y una vela encendida.
"Esto no puede ser" alcanzó a pensar Marcia.
La mujer sonrió satisfecha y dejó la vela en una gruta especial para ese efecto a un lado del patio.
- Ella nos dijo que usted vendría.
El silencio que volvió a imponerse tras esa misteriosa frase no dejó de inquietarla, lo cierto es que la historia se iba ya definitivamente de sus manos, ni Couperín, ni su alucinada comunión con la naturaleza le podían explicar esa seguidilla de absurdos, salvo quizás la sensación de estar jugando un juego que había que llevar hasta el final.
David no muy impresionado jugaba con un autito sobre el hombro de Marcia, y esa circunstancia no dejaba de tener un vago sentido dentro de su contexto, un juego en medio del juego, "ella nos dijo que usted vendría", repitió casi amablemente la mujer gorda, y al decir esto Marcia pudo ver con minuciosa paciencia un diente de oro en la boca de la mujer, una curiosa circunstancia que le hacía sentir alguna simpatía por ese proyecto de esperpento que vestía zapatillas blancas y calcetines negros, "¿esperpento?, que mala soy", pensó, "al menos se presiente que ella me aprecia".
- Tengo hambre, dijo Marcia de improviso como inspirada, la pequeña muchedumbre soltó una risa contenida y como si hubieran recibido una orden aparecieron innumerables mesas, manteles, banquetas y por todo el aire se esparció el aroma del apio y el orégano, todo aquello ocurría con tal sincronización, como algo tan elaborado y preciso y ensayado que Marcia no podía menos que sentirse pasmada, en especial al ver salir platos y platos de ensaladas, carnes y guisos.
- Ella dijo también que llegaría con hambre, -añadió la mujer gorda-, y que el niño no comería sino hasta la noche.
Como en los sueños, consciente de lo absurdo de sus palabras Marcia atinó a responder que siempre el viaje al puerto le despertaba el apetito, que Davicito tenía un horario muy regular para su alimentación. Sin embargo la otra mujer, la mujer gorda, sólo parecía prestar atención a una muy íntima y personal satisfacción, observando a Marcia como de varios metros o kilómetros de distancia, desentendida del hormigueo que significaba instalar mesas para cientos de comensales, que parecían a veces aves en constante aleteo al ir y venir con fuentes, vasos, cruzándose como si la punta de sus alas rozara las del compañero.
"No estaba del todo mal la merienda", pensó Marcia con algo de sorna, mirando a David que compartía un autito con el niño de los calzoncillos que se había arrimado a la banqueta para mirar el juego, en medio de todo aquello no teminaba por asombrarse de su serenidad, de la pasividad con que aceptaba lo que viniera, las extrañas ensaladas, el vino dulce que libaba cada cierto rato, el silencio de la gente en torno a la mesa y el rumor inquieto como de alas en roce.
Pensó que nada de todo eso habría ocurrido si no hubiera tenido la brillante idea de ir a mezclarse con los pájaros en las lomas que ya a esa altura le parecieron muy distantes, en el espacio y en el tiempo, así como se habían alejado la imprenta y los envases, su madre y el auto que posiblemente sería objeto de ultraje descarado en medio de su abandono. Nada de lo que ocurría habría sido jamás de no ser por ese apego de Marcia por los pájaros, y eso ya venía de más atrás y posiblemente se prolongaría muy lejos en David, en su cómica conversación con los pajaritos, en su cómica amistad con el niño de los calzoncillos que ahora vestía dignamente un traje de lana y jugaba a los autitos con gran torpeza imitando a David, como si ellos tuvieran muy poco que ver con todo aquello, y a la vez prolongaran un rito inicial de complejo simbolismo.
- Ella habla mucho de usted, -saltó de pronto la mujer gorda-, dice que usted es algo especial, si, ella dice muchas cosas sobre usted.
La inquietud que comenzó a ganarla no pudo evitar la inevitable pregunta, Marcia sonrió tímidamente.
- ¿Quién es ella?
La mujer gorda sonrió como si le hiciera gracia la pregunta y dijo que ella había hecho notar que Marcia jamás soportaba demasiado las preguntas, la tomó del brazo y la condujo por una vieja escalera hundida al último piso donde un cuartucho asomaba su cara hacia el puerto, todas las ventanas abiertas de par en par dejaban pasar el aire frío del anochecer, excepto la ventana del medio que se mantenía oculta con una cortina que rapidamente fue quitada por la mujer gorda. Ya casi era de noche cerrada, el sombrío resplandor de las últimas nubes rosadas iba apagándose, por eso al principio Marcia no vió nada de lo que con muchos gestos le indicaba la otra, con una mano indicó un indefinido sitio por la orilla del puerto, esa orilla abarcaba el plan y el cerro.
- Ella está siempre por allá, venga vamos.
Marcia se retiró instintivamente de la ventana, pero el brazo gordo la contuvo en un gesto fuerte pero cortés, era previsible que eso ocurriera, sentir con espanto que la cogían en vilo y que a través del cielo nocturno empezaba a planear, pasando sobre los tejados llenos de óxido, sobre el tráfico de autos y sus luces sin que nadie pareciese notar ese vuelo tan fuera de lugar.
Sólo se detuvo al llegar a un barrio muy familiar, a una ventana donde se podía ver un televisor encendido sin nadie frente a él, la mujer gorda ya no estaba, en cambio su hijo se apretaba a sus piernas rendido de cansancio, Marcia paró el motor del auto algo extrañada de lo que creía había sucedido, entró con David en brazos sintiendo que las piernas se le doblaban en una mezcla no claramente compensada de agotamiento y confusión, el timbre de la casa se oyó correctamente un par de veces precediendo a un rumor de pasos y de crujidos de escalera, el rostro blanco de su madre sonrió completamente al abrirse la puerta, hicieron un complicado abrazo de a tres, en el que David adormilado con un autito en la mano optó por la abuela y en el que se combinó el acto práctico de cerrar la puerta con el de encender la luz, la señora feliz hizo las preguntas pertinentes sobre Santiago y el retraso, sobre el trabajo y sobre David.
Marcia olvidada de sí misma, invadida por una suerte de felicidad aliviada - su madre había corrido a acostar y hacer dormir al nieto - hacía memoria de todo cuanto había ocurrido, en esa felicidad de paso se hacía fácil cuantificar lo acontecido, lo bueno o lo malo, y eso hacía mientras recorría la habitación en que se encontraba, las viejas fotos, los libros de su padre ya muy desgastados, las plantas de su madre y la colección de diarios del puerto que eran parte ya de un rincón específico en ese espacio, sin embargo algo nuevo había en el ambiente.
Reluciendo en la penumbra las barras de la jaulita parecían la invasión de un orden ajeno pero estable en la antigua anarquía en que vivía su madre.
- Es de ellos, -dijo la madre abriendo la ventana al tiempo que dos bellos y simples pájaros entraban planeando dulcemente hasta la puerta de la jaula-, los dejo libres de día y por la noche me vienen a hacer compañía, ayer estuve diciéndoles toda la noche que ustedes vendrían y ahora llegaron justo a tiempo para conocerte, es una hembra y un macho ¿no son lindos?
Marcia miró con fijeza la jaula mientras un confuso rumor de roce de alas acudió a su memoria. pensó que ya era hora de dormir.
Etiquetas: cuentos del año del ñauca
<< Home