Moscas en la cabeza, moscas con forma de palabras indeseadas o de sentimientos que se filtran por todo el cuerpo como una especie de ácido. uno las va pateando, arrinconando hasta dejarlas al borde de la ventana, ahí donde debieran irse con el viento, este viento frío de septiembre, este encumbra-volantines que me devuelve los ojos llenos de vida de mis hijos, su risa y sus gestos, sus cabezas asomadas a mi abismo. Pero las moscas no se van, porfiadas parecen dormidas, como la poliscaraña de Lanalhue dormía entre los palos del muelle.
Tomo impulso, arranco las cuerdas pesadas, las frazadas, las malezas que me enredan a esta cripta de palabra y vamos con mis niños a correr por la plaza.
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