lunes, agosto 20, 2007

Crónica de un viaje relámpago

Tres y cuarto, nada que hacer sólo esperar sintiéndose un poco ridículo con esta tos de perro que me acosa y la ropa exagerada con que salí de casa. Pero estamos en el aeropuerto, observando esta perspectiva verdosa de asientos donde duermen japoneses y gentes con aspecto de viajeros. La tele que está sobre mi cabeza transmite música anodina, un video verdoso, hay algo de sol y bruma en el aeropuerto de Santiago. Era Eminem, qué se le va a hacer.
Pasa que uno a ratos se siente deseoso de establecer contactos. De no tener que estacionarse en el portátil para sentirse menos desconectado. Una chica japo pasa meneando una botella de agua mineral (hace calor aquí). Ahí va otra de Eminem.
Qué diablos.
Me está dando sueño y esta postal se termina como quien deja un tejido cortado a hilachas…
El aire acondicionado parece que sirve para algo y aparte de darme más tos, el aire se torna más vivible, el calor se me pasa pese a que siento las mejillas reventar de rojo tomate.
Me leo una vieja entrevista a Charly y habla de la muerte de su padre. Imposible no visualizar a Magaña, aquí al lado mío, comprándome un agua mineral hojeando la tercera, siendo mi papá una vez más, como en el sueño de la otra noche en que la alegría de verlo me impedía preguntarle por el cáncer, seguro de que todo había pasado que iba a tener tiempo para cuidar de mis hijos y arrullar a la pequeña Josefa.
Pero estoy solo y de alguna forma imposibilitado de toda acción. Las cuatro de la tarde y como cada día, me acuerdo de mi padre.
Vuelo tranquilo, poca turbulencia alguna que otra pasada entre nubes que parecía micro vieja, pero nada más. Santiago como tablero de citypol, las villas nuevas sin arboles parecen de juguete, el templo verde por arriba, la FISA, nada. Del otro lado y saliendo de la nube Argentina era una pampa surcada de grietas barrosas e hilitos de agua, un pan amasado o una naranja vieja.
Ezeiza o Pistarini, el taxista me espera letrero en mano y me habla de la economía, los ricos y los pobres, mucho tráfico la 9 de julio como siempre, su obelisco, doblamos en Córdoba.
El hotel está frente a la plaza Libertad y un chico me ayuda con la maleta, todo bien, inspecciono el frigo bar sus mini botellas, todo helado, no me apetece nada excepto la red bull.
Bajo al lobby a probar el wifi, trabajo un rato y llamo a casa, hablo con Luciano, con Carlos, me doy una vuelta a la manzana pero ya se hizo tarde y tengo sueño, así que un poco de tv argentina y de admirar la noche que me llega a través del ventanal de muro completo que se asoma a la plaza desde el piso 12, me deja listo para cerrar los ojos y olvidarme.
Duermo pesadamente y me levanto a las 06.30, la ducha copiosa. Bajo al desayuno y le doy a las tostadas con manteca, al jugo de pomelo, a las medialunas y al café. Me voy al seminario, conozco a Hernán, tiene un aire a alguien que no recuerdo, todos simpáticos, todos cordiales, todos tan educados y sencillos. Almuerzo salmón al limón con puré de zapallo, una delicadeza, el postre helado de mandarina con cáscaras y frutillas. Hablo, hablo más de la cuenta y me empieza a doler la garganta. Sigo un rato en el seminario, pero me voy al Hotel y luego a conocer la oficina que está en Tucumán mirando el Luna Park, llega uno de los socios y vamos a ver la tienda que diseñó nuestra empresa.
Muy lindo, Puerto Madero está pesado y húmedo, hablamos de historias del puerto de Buenos Aires, de ratones y barracas, vemos la tienda que inauguran el jueves cuando yo ya esté en Santiago.
Vuelvo en taxi al hotel y me ducho, he transpirado como niño en pichanga. Quedamos con Luciano a las 20.30, puntualmente veo su BMW, me subo pero estacionamos casi frente al hotel, vamos a un boliche a una calle de la plaza donde la cerveza, los ravioles y la abundante conversa me dejan aun más afónico. Qué manera de desovillar la profesión, la docente y la otra.
Comienza a llover en Buenos Aires y por fin a hacer frío.
Repaso mi presentación y me duermo cerca de las 03.00.
A las 06.30 de nuevo estoy en pie y bajo a desayunar cereales y jugo de pomelo, esta vez me desquito tomo mucho jugo y café con leche, he despertado sin nada de voz, nada, apenas un resuello de perro, me asusto, tomo agua, tomo jugo, café con leche, avena con frutas. Me quedo en el hotel hasta cerca de las 12.00 tosiendo y aclarándome la garganta, entonces parto. Me topo en el ascensor con una de las charlistas del encuentro y mientras caminamos a la SCA, me recomienda que me tome un jarabe. Paso a una farmacia y me compro unas pastillas entre bactericida y anestésico, algo ayuda.
Almorzamos una cazuela de cordero con papines y verduras, esta vez no tomo helado pero si un café, un arquitecto me cuenta de su padre chileno, del daño arquitectónico cometido contra el barrio El Golf el desmantelamiento que ha visto en Santiago y de dos o tres cosas más, amablemente me sirve agua para aclarar mi garganta, salgo y me voy a instalar mi presentación.
Me dicen que estuve bien, pero el precio fue perder casi toda mi voz. Luego empapado en sudor y feliz de haber suscitado hasta una pequeña polémica, escucho la presentación de unas arquitectas que están recuperando los colores originales del barrio de La Boca en base al estudio de los muros originales, de ciudades italianas y de la pintura de Quinquela Martín, precioso. Las felicito con un hilito de voz.
Un señor me regala unas pastillas del tiempo de los abuelos que no me hace mucho, nos vamos en taxi muy contentos del resultado. En el hotel me meto hasta la nariz en la tina llena de agua caliente, dejo de pensar, dejo de procesar al menos unos segundos y siento nostalgia por mi mujer y mis hijos, aspiro el vapor caliente y me tomo un Red Bull y una Cafiaspirina.
Salgo nuevamente a la calle, me voy por Libertad hasta Santa Fe y de ahí por Cerrito y cruzo por posadas hasta Av. Del Libertador, camino, camino como Ashcroft en ese viejo video de The Verve, hasta que me topo con El Palais de Glace al que rodeo sintiéndome un poco solo, necesitado de contacto humano. En eso me topo con la Confitería La Rambla, gran favorita de mi mujer, ahí no más en Ayacucho y Posadas. Entro, pido un café madrileño y unos dulces con chocolate. Al salir un pendejo con cara de retrasado me pide dinero, le doy las pocas monedas que tengo y me persigue de una esquina a otra, aburrido hago parar un taxi y vuelvo al hotel, frente a la plaza suena el celular y la voz de mi mujer me cuenta noticias amargas de Santiago, tras el largo meneo mental que esto me provoca subo y me cambio la camisa sudada (como mata la humedad en esta ciudad, hermano) y tras una larga conversa por Messenger con mi mujer salgo rumbo a la cena de despedida en San Telmo.
Camino por Nueve de Julio hasta el Colón, y sigo hasta Lavalle llena de gente y olor a parrilla. Tomo Florida, compro el disco que me ha pedido mi hija, camino entre locales que cierran, son ya las nueve de la noche y emboco por Perú que está llena de gente, de chicos y chicas, de basura y gente hurgueteando en los tachos.
Entro en un boliche tipo minimarket en una esquina, pregunto por la calle Estados Unidos y las chicas asiáticas que atienden me dicen algo así como: “afuera, estados unidos, afuera”, capto el mensaje y busco el “Viejo Gómez”. Una vez dentro está todo el mundo medio apretujado en tres mesas y me toca al lado de la directora comercial de la SCA, el gerente de marketing de Osram y su mujer, más allá está el socio argentino, una de las organizadoras y la mesa se pierde en parrillas con carne y platos con papas fritas.
Todo lo que se habla es tan agradable y el vino argentino tan dócil que las horas pasan hablando de traslados, de distancias, de universidades y negocios, entremedio chinchulines, pollo y asado de tira pasan por mi plato, hay como un aire brumoso de sueños. Juan Shmid y su mujer me llevan de vuelta al hotel, así que caminamos por Defensa, hace frío, comentamos la suciedad de esa parte de la ciudad, cosas del mundo de la iluminación y de universidades. Me llevan cruzando la noche porteña, hasta que embocamos en Libertad y pasamos tribunales, el Colón, hablamos de cine argentino, de Luppi y de confiterías.
Nos despedimos, hasta cuando sea. Voy en busca de mi computador y le dejo dos mensajes a mi mujer, me pasarán a buscar a las ocho de la mañana y ya es cerca de la una.
En la ducha a las seis treinta, en el comedor a las siete diez, aun estoy tomando jugo cuando me avisan que llegó el remise. Subo rápidamente y termino de guardar cosas, me escobillo los dientes y cierro mi cuenta, afuera Buenos Aires está en hora del taco, el taxista me conversa pero yo afónico me quedo callado, articulo dos palabras, pero no hay caso, vamos al sur, rumbo a Ezeiza algo melancólico pero deseoso de ver a mi familia.
¿Qué vine a hacer acá?
En Pistarini la cola para el chequeo de equipaje, la tasa, migración, papeleos, voy al duty free y no compro nada, me conecto a Messenger, me pongo al día de las noticias de Santiago y después de un rato ya estoy en el avión pegado a la ventanilla, testigo siempre sorprendido del vuelo, las nubes, la pampa, los campos y canales.
La cordillera estaba bellísima y despejada, enceguecedora. Del otro lado Chile ya era la misma sorpresa, los cerros enverdecidos por el invierno, las turbulencias, las ganas de una cámara análoga.
Y abajo el frío, el taxi no llegó aún... mi realidad chilena.