lunes, octubre 01, 2007

Ya todo está


La idea de que el destino existe es insidiosa. Puedo bajar al metro y elegir, por ejemplo, subirme al tercer carro y quedarme parado en la zona de entrecarros pensando ¿por qué me subí acá?, ¿por qué estúpida o dívina razón este carro y no el de más atrás o el andén?, ¿qué clase de mensaje o de enseñanza se quiere decir, qué debo aprender de este viaje rutinario y aburrido?, ¿por qué a mí, por qué yo acá y entre estas personas?
Entonces aguzo la mirada buscando explicaciones, en la cara de la señora de la cartera roja, en el traje azul del nariz corta con pinta de ejecutivo de empresa “seria”, en el aire que entra colado entre Santa Lucía y Universidad Católica, en cualquier cosa y al final me encojo de hombros. A veces la respuesta es el silencio. Dejar que el causalismo y las casualidades hagan su trabajo sobre mi aporreado optimismo bombardeado de palabras mañosas.
Pero es apropiado desligarse y atravesar este inicio de octubre con la ligereza del que de pronto intuye algo, la mano tibia del destino, una palmada en la espalda... de mi padre (como dijo Borges) “que vuelve y que no ha muerto”.