El hombre triste. 2000
Floto densamente sobre una gruesa corriente de dudas, como entre cadáveres me siento sobreviviendo a un destino macabro pero sin dirección, sin decisiones que dirijan firmemente la proa del barco hacia el sitio necesario. Quizás porque no existe porque el único referente soy yo mismo, yo mismo caminando por las calles una vez mas, prendido del aire, al rumbo que la inercia dicte hasta que de algún modo vislumbre mi rostro en medio de algún espejo empañado. Me cansa escribir sin una respuesta, sin un rumbo, sin una cama contra la cual recostar mi deseo y mi carne, como si de humo y de demoliciones estuviera hecha esta pesadilla. Acaso despertar era despertarse a realidades mas atroces o a un estado de ninguna cosa excepto la veleta de una voluntad indecisa, de un vestigio empapado de recuerdos hedonistas, de irresponsabilidades con cara de literaturas caras y baratas, del paso Chejov al paso Cortázar, de Faulkner a Henry Miller, por tomar una distancia Ética nos volvimos de cara al nóvalo, de cara a lo que al desearlo se deshace en meandros de sinsentido. Mi dolor duele, mi abandono duele, mi falta de alegría y mi irresolución duele, me duele que te duela, este duelo de silencio y de cansancio no avanza, no avanzan los remos y el bote flota detenido entre aguas verdes y juncos podridos, mirarme en esta agua opaca es imposible, sólo veo el dolor en unos ojos que lloran, en un alma que se deshace de pena y que parece querer soltar la cuerda, ya no soy el que era y la inocencia perdida me duele también como a Adán le debe haber dolido morder la fruta.
Las carreteras de noche eran otras y una voz infantil parece borrarse de una rutina en que hacen falta las palabras de encuentro, las rutinas compartidas, la idea de una vida llena de sonrisas y no una laguna de lágrimas que parecen cubrir todas las grietas y los pequeños caminos que aun quedaban por cerrarse.
Pero no es solamente empezar, no es solamente ponerse sobre las cosas que definitivamente no son, o que pudieron a ser, o la sed de la piel y de la carne, el plato servido que nunca llego a la boca, las cosas como se presentaron sencillamente durmieron su sueño de los justos entre preocupaciones y papeles dementes de alguien cuya cara ya no se reconoce en el frío de la carne cansada, en la costumbre de las micros amarillas, los doscientos cincuenta pesos.
Eso que soy mirándome en las cosas que no reflejan la cara que creía ver sobre mi cara me dice cosas o las calla de un modo en que no es posible descifrar nada. Esta desesperación con lágrimas en los ojos que se ducha llorando, que abraza a su vida llorando, que trabaja y se ríe llorando no se ve en ningún espejo, no se ve en ningún reflejo, no se ve. Lo que ves es una mascara de gusanos sobre un rostro que va perdiendo sus colores y que se diluye y desdibuja extraviado en una galería de extraños fulgores, de colores olvidados, de colores de pesadillas recordadas días después, son números en un celular, números de una cuenta corriente, números menos en una lista de compromisos incumplibles, en el ansia de ser mas, de poder serlo, de salir.
Me condeno sin entender el delito, dejo que la soga me apriete el cuello sabiendo que la voluntad no sirve para evitar que la caída me asfixie, que la salida no es para mí, que no soy un gran burgués para asumir el precio de hacer otra vida. Me pudro al ver mis palabras, de saber que sacándomelas de adentro más me ahondo en ellas, que repito mis fórmulas, mis frases de desesperación sin norte, sin brújula, sin otro avance que este cansancio agotado de estar cansado de estar agotado. Devolverme agobiado parece ser lo que me pide el alma, guardarme las posibilidades de estar bien, ignorarlas y saberlas imposibles. Los últimos sueños serán los que recuerde al despertar, al saber que no hay otra que esta realidad que se escapa de mis dedos.
Pero la sensación parece también ser otra, una burlona que mira a través mío con esperanza y que ríe de mi tragicómica gesticulación de niño viejo, verme en la risa irónica de algo que parece estarme diciendo cosas densas e incomprensibles. Esa es la triple condena del tiempo presente, la burla y la pena conviviendo entre pensamientos suicidas y esperanzas de optimista patológico, verme grave y agudo como consecuencia de una enfermedad crónica llamada yo mismo, ensalada mixta de emociones y raciocinios incongruentes, trato de empezar mi abecedario y termino prematuramente gesticulando al vacío un monólogo de sordo.
Esta locura que se llama caos y que parece definir mi paso por estos días de verano y otoño mal paridos, dan respuestas paradójicas al temporal desatado que vivo, como si definitivamente debiera enclaustrarme y auto sobrevivirme, un sueño presente, un pequeño deseo es esa soledad que parece un puerto o al menos un boya sobre la cual detener este nado desesperado, este crol cansado entre olas de pena y de complacencia barata. Solo yo puedo entender que valor tantálico tiene el plantearme en mi espacio, en mi tiempo y en mis pesadillas, como las cosas que ocurren, más que pulir, rayan y empañan la superficie de mis ojos. Es imposible para mí plantearme otra salida, una temporalidad y un ritmo distintos, una verdadera vacación de mi ser, de mi embrollo emocional, de este partir de nuevo sin un rumbo definido. Pero partir.
II
Una caída contra la nube tormentosa de la risa, un tropiezo despiadado, calles y mas calles, caras sin gestos reconocibles, la química de mi cerebro inflamado de ideas como aguas contaminadas, estoy triste y cansado, gran rueda de molino atada a un cuello con corbata, la liberación fue la caída de Sodoma en mis paginas, en mis letras jamás leídas y mi perdición, la confusión fueron otras citas una caída libre contra el sentido de esta calle sin tráfico en que yo era un lecho seco de pasiones, mi camino de haber sido y ser ahora alguien no identificable, mi mismo embutido en una estrecha vaina, una selva hacia la cual descender en busca de una razón, del sabor de la renuncia.
Como me gustaría otra salida para estos pensamientos repentinos, como quisiera andar libre por la plaza con las palomas circundándome, haciendo como que la vida era un plato ligero de verduras las que solo con aplicarles un chorrito de olive oil se solucione todo, como si amar y morir ya no fueran una operación de vida o muerte, y el sexo, divino regalo prohibido dejara de resolverse en manías nocturnas, en compulsiones de reprimido, de anormal para el resto, de castigado de cara a la pared por ser el que es, por haber llegado a ser una cosas que no se reconoce, inasumible, incomprensible.
Como quisiera cerrar los ojos y que las palabras mágicamente dijeran lo que no consigo decir, decir, decir como si tuviera sentido, como si al final quisiera que esto se resolviera felizmente, con castillos de arena y baldes de colores en la playa, como quiero descansar de mi cabeza, de este mierdal en que no se entiende demasiado que norte es el norte y que es lo que hay que dejar para ser feliz para que todos sean felices, para que la vida tenga sabor a sexo y a comida, para que mi cuerpo halle la paz que no se consigue vendiendo el alma, la paz que no existe.
Las carreteras de noche eran otras y una voz infantil parece borrarse de una rutina en que hacen falta las palabras de encuentro, las rutinas compartidas, la idea de una vida llena de sonrisas y no una laguna de lágrimas que parecen cubrir todas las grietas y los pequeños caminos que aun quedaban por cerrarse.
Pero no es solamente empezar, no es solamente ponerse sobre las cosas que definitivamente no son, o que pudieron a ser, o la sed de la piel y de la carne, el plato servido que nunca llego a la boca, las cosas como se presentaron sencillamente durmieron su sueño de los justos entre preocupaciones y papeles dementes de alguien cuya cara ya no se reconoce en el frío de la carne cansada, en la costumbre de las micros amarillas, los doscientos cincuenta pesos.
Eso que soy mirándome en las cosas que no reflejan la cara que creía ver sobre mi cara me dice cosas o las calla de un modo en que no es posible descifrar nada. Esta desesperación con lágrimas en los ojos que se ducha llorando, que abraza a su vida llorando, que trabaja y se ríe llorando no se ve en ningún espejo, no se ve en ningún reflejo, no se ve. Lo que ves es una mascara de gusanos sobre un rostro que va perdiendo sus colores y que se diluye y desdibuja extraviado en una galería de extraños fulgores, de colores olvidados, de colores de pesadillas recordadas días después, son números en un celular, números de una cuenta corriente, números menos en una lista de compromisos incumplibles, en el ansia de ser mas, de poder serlo, de salir.
Me condeno sin entender el delito, dejo que la soga me apriete el cuello sabiendo que la voluntad no sirve para evitar que la caída me asfixie, que la salida no es para mí, que no soy un gran burgués para asumir el precio de hacer otra vida. Me pudro al ver mis palabras, de saber que sacándomelas de adentro más me ahondo en ellas, que repito mis fórmulas, mis frases de desesperación sin norte, sin brújula, sin otro avance que este cansancio agotado de estar cansado de estar agotado. Devolverme agobiado parece ser lo que me pide el alma, guardarme las posibilidades de estar bien, ignorarlas y saberlas imposibles. Los últimos sueños serán los que recuerde al despertar, al saber que no hay otra que esta realidad que se escapa de mis dedos.
Pero la sensación parece también ser otra, una burlona que mira a través mío con esperanza y que ríe de mi tragicómica gesticulación de niño viejo, verme en la risa irónica de algo que parece estarme diciendo cosas densas e incomprensibles. Esa es la triple condena del tiempo presente, la burla y la pena conviviendo entre pensamientos suicidas y esperanzas de optimista patológico, verme grave y agudo como consecuencia de una enfermedad crónica llamada yo mismo, ensalada mixta de emociones y raciocinios incongruentes, trato de empezar mi abecedario y termino prematuramente gesticulando al vacío un monólogo de sordo.
Esta locura que se llama caos y que parece definir mi paso por estos días de verano y otoño mal paridos, dan respuestas paradójicas al temporal desatado que vivo, como si definitivamente debiera enclaustrarme y auto sobrevivirme, un sueño presente, un pequeño deseo es esa soledad que parece un puerto o al menos un boya sobre la cual detener este nado desesperado, este crol cansado entre olas de pena y de complacencia barata. Solo yo puedo entender que valor tantálico tiene el plantearme en mi espacio, en mi tiempo y en mis pesadillas, como las cosas que ocurren, más que pulir, rayan y empañan la superficie de mis ojos. Es imposible para mí plantearme otra salida, una temporalidad y un ritmo distintos, una verdadera vacación de mi ser, de mi embrollo emocional, de este partir de nuevo sin un rumbo definido. Pero partir.
II
Una caída contra la nube tormentosa de la risa, un tropiezo despiadado, calles y mas calles, caras sin gestos reconocibles, la química de mi cerebro inflamado de ideas como aguas contaminadas, estoy triste y cansado, gran rueda de molino atada a un cuello con corbata, la liberación fue la caída de Sodoma en mis paginas, en mis letras jamás leídas y mi perdición, la confusión fueron otras citas una caída libre contra el sentido de esta calle sin tráfico en que yo era un lecho seco de pasiones, mi camino de haber sido y ser ahora alguien no identificable, mi mismo embutido en una estrecha vaina, una selva hacia la cual descender en busca de una razón, del sabor de la renuncia.
Como me gustaría otra salida para estos pensamientos repentinos, como quisiera andar libre por la plaza con las palomas circundándome, haciendo como que la vida era un plato ligero de verduras las que solo con aplicarles un chorrito de olive oil se solucione todo, como si amar y morir ya no fueran una operación de vida o muerte, y el sexo, divino regalo prohibido dejara de resolverse en manías nocturnas, en compulsiones de reprimido, de anormal para el resto, de castigado de cara a la pared por ser el que es, por haber llegado a ser una cosas que no se reconoce, inasumible, incomprensible.
Como quisiera cerrar los ojos y que las palabras mágicamente dijeran lo que no consigo decir, decir, decir como si tuviera sentido, como si al final quisiera que esto se resolviera felizmente, con castillos de arena y baldes de colores en la playa, como quiero descansar de mi cabeza, de este mierdal en que no se entiende demasiado que norte es el norte y que es lo que hay que dejar para ser feliz para que todos sean felices, para que la vida tenga sabor a sexo y a comida, para que mi cuerpo halle la paz que no se consigue vendiendo el alma, la paz que no existe.
Etiquetas: cuentos del año del ñauca
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