Texto del 2003
Venía para la casa después de hacer unos trámites,
blindado en la música de un CD, el último que hice
antes de partir de Xerox, una selección invernal
pensada para la melancólica soledad de mis entonces
solitarios y largos viajes La Reina - Quilicura - La
Reina, entonces esta lluviecita de morondanga, que se
iba despacito con las plumillas del auto de un lado
para el otro, de un lado para el otro, me recordó
extrañamente que hoy cumplo un año liberado de esas
rutinas, un año como siempre misterioso y extraño en
su complejidad sin análisis. Entonces creo que bajé la
velocidad y me desvié del camino a casa y me fui
despacito fijándome en las calles, haciendo memoria de
todo el aire respirado, la enorme cantidad de caras
nuevas que conforman mi paisaje cotidiano, las caras
más antiguas entrevistas como en visiones de sueños,
en la neblina de este vértigo de llegar una vez más a
cumplir años y sentir que el botecito navega y navega
sin desfondarse -milagrosamente- en este tejido.
Recordé esa reflexión propia de cepillado de dientes
que me acometió en la mañana en que veía mi vida como
un domo geodésico de Fuller, célula por célula
interconectada de recuerdos distantes y
complementarios. Y sentí esa preubicuidad alucinógena
que suele sucederme cuando pienso más de la cuenta y
dudé de la existencia del tiempo, dudé de que esta
continuidad de cosas ocurridas tuviese algo que ver
conmigo, sentí que tal vez mi existencia valía como
una hipótesis de trabajo, un experimento en busca de
la cura de un mal, o una explosión atómica controlada,
una barbaridad producto de la lluvia.
Pero seguí adelante seguro de que las tormentas
magnéticas de mis neuronas no alteran ni modifican
nada excepto en su corralito de huesos y piel, la
maquinaria siempre se sorprende de su funcionamiento,
a mí al menos me soprende pensar y actuar, ser capaz
de caminar y mascar chicle me parece absolutamente
asombroso a pesar de lo trivial e inútil de ser apenas
un segmento menor en los domos geodésicos del resto.
No se porque escribo tanta pelotudez junta, hablarme
de un año de lentos cambios para bien y para mal,
cuando en realidad sería mejor hablar de cambios a
secas, tal vez valorizados positivamente en su
contexto relativo por que si, porque no hay que
hacerse mala sangre y lo de antes no tenía tampoco
nada demasiado edénico ni de lejos, termina
convenciéndome de una profunda y aguda, e incluso
grave y esdrújula, necesidad permanente de absolutos,
de asentamientos mentales, de decir de aquí soy y aquí
me quedo cuando las situaciones me siguen recordando
la del milenario Heráclito, y que la ilusión de
permanencia se queda en eso solamente, en un espejismo
dentro del cual de a poquito se amontonan recuerdos y
aprendizajes.
Pero esto lo pienso ahora, con el auto estacionado y
con una multitud de niñitos subiendo y bajando por la
casa, con este olor a cebollita que me llega, sabiendo
que tengo tareas domésticas pendientes, sabiendo que
el domo se ha engrosado un poquito más desde que
empecé a escribir, y que además fijé arbitrariamente
un punto en la historia como pretexto para planear
sobre él, cual parapentista que siente el viento
propicio para no descrestarse en el acantilado de los
tiempos.
Y así uno va sintiendo que es capaz de hablar con
propiedad de ciertas cosas, sólo porque el prestigio
del tiempo transcurrido así lo permite, el valor de la
experiencia, el balance del año, la memoria
testimonial acreditan que uno no va así de ligerito
por las cosas, no señor, uno es serio y piensa la
vida, uno no va con el ganado dejando que otros
decidan, y se arma el chalequito antibalas que la
inteligencia nos teje para resguardarnos de la
prosaica realidad material en que hay más y menos,
bueno y malo, rico y pobre, bello y feo, adecuado e
inadecuado, gordo y flaco, Porcel y Olmedo, la mujer y
la otra, el auto y la micro, la caca y el pipí.
Entonces niños y niñas (a lo profesor Salomón), hay
que inventarse rigores y métodos para caminar sin
cargos de conciencia por esta jalea universal, ajenos
a la otra realidad en que vivimos, de lo contrario
living la vida loca no va más... o si, o no...
blindado en la música de un CD, el último que hice
antes de partir de Xerox, una selección invernal
pensada para la melancólica soledad de mis entonces
solitarios y largos viajes La Reina - Quilicura - La
Reina, entonces esta lluviecita de morondanga, que se
iba despacito con las plumillas del auto de un lado
para el otro, de un lado para el otro, me recordó
extrañamente que hoy cumplo un año liberado de esas
rutinas, un año como siempre misterioso y extraño en
su complejidad sin análisis. Entonces creo que bajé la
velocidad y me desvié del camino a casa y me fui
despacito fijándome en las calles, haciendo memoria de
todo el aire respirado, la enorme cantidad de caras
nuevas que conforman mi paisaje cotidiano, las caras
más antiguas entrevistas como en visiones de sueños,
en la neblina de este vértigo de llegar una vez más a
cumplir años y sentir que el botecito navega y navega
sin desfondarse -milagrosamente- en este tejido.
Recordé esa reflexión propia de cepillado de dientes
que me acometió en la mañana en que veía mi vida como
un domo geodésico de Fuller, célula por célula
interconectada de recuerdos distantes y
complementarios. Y sentí esa preubicuidad alucinógena
que suele sucederme cuando pienso más de la cuenta y
dudé de la existencia del tiempo, dudé de que esta
continuidad de cosas ocurridas tuviese algo que ver
conmigo, sentí que tal vez mi existencia valía como
una hipótesis de trabajo, un experimento en busca de
la cura de un mal, o una explosión atómica controlada,
una barbaridad producto de la lluvia.
Pero seguí adelante seguro de que las tormentas
magnéticas de mis neuronas no alteran ni modifican
nada excepto en su corralito de huesos y piel, la
maquinaria siempre se sorprende de su funcionamiento,
a mí al menos me soprende pensar y actuar, ser capaz
de caminar y mascar chicle me parece absolutamente
asombroso a pesar de lo trivial e inútil de ser apenas
un segmento menor en los domos geodésicos del resto.
No se porque escribo tanta pelotudez junta, hablarme
de un año de lentos cambios para bien y para mal,
cuando en realidad sería mejor hablar de cambios a
secas, tal vez valorizados positivamente en su
contexto relativo por que si, porque no hay que
hacerse mala sangre y lo de antes no tenía tampoco
nada demasiado edénico ni de lejos, termina
convenciéndome de una profunda y aguda, e incluso
grave y esdrújula, necesidad permanente de absolutos,
de asentamientos mentales, de decir de aquí soy y aquí
me quedo cuando las situaciones me siguen recordando
la del milenario Heráclito, y que la ilusión de
permanencia se queda en eso solamente, en un espejismo
dentro del cual de a poquito se amontonan recuerdos y
aprendizajes.
Pero esto lo pienso ahora, con el auto estacionado y
con una multitud de niñitos subiendo y bajando por la
casa, con este olor a cebollita que me llega, sabiendo
que tengo tareas domésticas pendientes, sabiendo que
el domo se ha engrosado un poquito más desde que
empecé a escribir, y que además fijé arbitrariamente
un punto en la historia como pretexto para planear
sobre él, cual parapentista que siente el viento
propicio para no descrestarse en el acantilado de los
tiempos.
Y así uno va sintiendo que es capaz de hablar con
propiedad de ciertas cosas, sólo porque el prestigio
del tiempo transcurrido así lo permite, el valor de la
experiencia, el balance del año, la memoria
testimonial acreditan que uno no va así de ligerito
por las cosas, no señor, uno es serio y piensa la
vida, uno no va con el ganado dejando que otros
decidan, y se arma el chalequito antibalas que la
inteligencia nos teje para resguardarnos de la
prosaica realidad material en que hay más y menos,
bueno y malo, rico y pobre, bello y feo, adecuado e
inadecuado, gordo y flaco, Porcel y Olmedo, la mujer y
la otra, el auto y la micro, la caca y el pipí.
Entonces niños y niñas (a lo profesor Salomón), hay
que inventarse rigores y métodos para caminar sin
cargos de conciencia por esta jalea universal, ajenos
a la otra realidad en que vivimos, de lo contrario
living la vida loca no va más... o si, o no...
Etiquetas: cuentos del año del ñauca
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