el teclado negro y las letras blancas
Cuando no hay ganas de decir nada y se tiene el hábito de escribir, de dejar caer los sedimentos y de alguna manera darle una forma discursiva a las alegrías y las penas, los aburrimientos y los placeres, uno se sienta, yo me siento frente a este computador, frente a este teclado negro con letras blancas y me doy de cabezazos consciente de que mi vida no es de interés público, pero deseoso de tejer algo, de sacarme de dentro estas frases como intentando mapear algo incalificable.
Soy ese psicótico que desea hacer calzar su realidad en la realidad del resto.
Que quede claro que no hay ausencia de amor, no hay ausencia de alegrías, no hay carencias importantes. Pero el dolor de la lucidez me pilla en mitad de la noche, soñando con nombramientos, horarios de clase, con contratos, con deudas, con papeles por firmar, con la mano débil de mi padre en mi mano de 36 años, con la mirada de mi hijo que se ríe y la sonrisa de mi hija que cree en mí, como diciéndome que yo estoy bien, que no estoy mal, que no debo desanimarme.
Entonces sales tú con tus tormentas verdosas, con tus besos y tus consejos, con tus reprimendas y tus ronroneos, entonces es cierto, entonces creo que vale la pena creer que no estoy equivocado, que este que soy, el que se ha construido pacientemente bajo mi piel y sobre mis huesos no debe perder su norte, pese a que todos los años hay que empezar como si nada se hubiese construido, como si cada año un tsunami de emociones y deseos volátiles se encargara de derrumbar lo hecho y soñado.
Sólo que me canso y quisiera decir que puedo caer hondo pero siempre salgo con más rabia y más feroz.
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