jueves, enero 03, 2008

Dolor del "celebro"


No hay que hurguetear mucho para descubrir que me persigue la depresión. Esa puta enfermedad comecoco que es alimentada por músicos, artistas, poetas, cineastas, etc. con gran éxito comercial, particularmente entre púberes adictos a una melancolía inexplicable, quizás hormonal y bastante banal, si me lo preguntas.
Me detengo a escribir esto, pues me ha llevado muchos años, días, horas de mi vida lidiar contra el vaso medio vacío para conseguir disfrutar del presente.
No sabe el deprimido que el universo es infinito y que el dolor elegido no es más que una de las mil caras del poliedro de la realidad, que ni Platonov, ni Hamlet, ni Oliveira, ni Raskolnikov, ni Castel, ni Roquentin, ni uno mismo agota las interpretaciones posibles de los dramas, comedias, aventuras y chascos de la vida.
Está además la culpa, esa mierda introyectada, de la que hacen uso eficiente religiones, credos, sectas y gurúes para bajar las defensas de las eternas ovejas necesitadas de pastor, que te vuelve vulnerable y cual perrillo faldero te hace menear la cola, ponerte de espalda y ofrecer panza arriba toda tu humanidad al látigo “oportuno” de los avispados de siempre.
Está la pérdida de la confianza en el uno (ese misterioso compañero que habla y habla), o el secreto exceso de confianza que nunca llega a estrellarse contra la vida real (drama del sistema educativo, era que no) y por tanto se constituye una seguridad de mentirijillas, una confianza de morondanga, teórica, prima hermana de todo el bull shit que escuchamos a diario en la prensa, en los blogs, en el comentario deportivo (no estoy pensando en el finado JM –que mi padre, vaya a saberse por qué, odiaba-) y en tantas instancias, asados, reuniones de apoderados, consultas médicas, cafés de amigotes y clientes, en la que el otro (generalmente al que le va bien) siempre oculta algo, es indigno de lo que hace, piensa, tiene, dice.
Y así te quedas, paralizado y deprimido, atrapado en la culpa de uno o de otro, en la culpa del empedrado o en la culpa interior.
Qué jodido asunto, pelear con las creencias, las costumbres, con la red completa de conductas y pensamientos que te hacen depresivo, desde la música, la comida, los horarios, las actividades, el lenguaje, la ropa, los consejos de tu abuelita, de tu vecino, de tus amigos, sólo para sobrevivirte y no dejar que el monstruo gane y te coma.
A mí me persigue ese monstruo. Cuando no me cuadran las cuentas, cuando no me va tan bien como quiero en un proyecto, cuando me miras con indiferencia, cuando hay un tropiezo cualquiera (la revisión técnica del auto, el farolito o la guantera que se estropea) viene de atrás la depre con sus pies pesados, su barba mal afeitada, su chaleco artesa, su guitarra de palo y su bolso lleno de biblias a predicarme “¿viste, que no podías?”, “te lo dije”, “tu vida es una mierda”, “esto sólo te puede pasar a ti”.
Puta socio, erís terrible buena onda,
¿Tendré que hacerte un exorcismo con cura y todo?