Resacas de Tristeza
Si, afirmativo, el telegrama que balbucea mi alma se confunde con babeos sentimentales. No es que no estés, no es que no haya amor en cada momento y ahora mismo, que lo hay, aquí a mi lado. No es esa carencia, que no lo es. Es el peso invisible de una montaña de aire que flota como casco planetario sobre mis cabeza. Es la conciencia y el barranco abrazándose y solazándose en mi incertidumbre, en mi indeterminación de estos días. Imposible escaparse de uno mismo, imposible estacionarse y pensar que los días no son hoy, que la vida contiene la dosis justa y necesaria de lo que hace falta. No es así. Tu felicidad, la mía, la de todos necesita ese riel que se nos niega. Esa estabilidad que nos permite planificar, proyectar, arquitectos de un destino nebuloso. Marineros de tormentas invisibles, mi cabeza eternamente espectadora de las acciones de un otro improbable que emerge cuando quiere, que se niega a aparecer en mí en estos días. Ni siquiera es mi felicidad la que importa, es la del nido, es la de lo que a duras penas hemos implementado y que siempre amenaza con batallas en que sobrevivir requiere largas hospitalizaciones del alma. Son estos días malsanos en que preferiría estar montado en montañas de papeles de 8 a 18, en que sólo deseo respirar ese olorcito de tu respiración y que ningún peluquero improvisado me devuelve, ninguna máquina braun. No hay stop, no hay decisión que pueda yo tomar hoy, siento que no está en mis manos y eso me emputece. Mis dedos se niegan a avanzar. No me responden, estoy tan triste que preferiría dormir, estoy tan dormido que preferiría desvanecerme en el aire, una auténtica teletransportación (Scotty, teletransportación) de este aquí ahora a un dos semanas atrás, a un instante piadoso de esperanza en el futuro.
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