martes, agosto 30, 2005

Al Margen

Uno se pasa la vida haciéndo preguntas, respondiendo las que puede y cuidándose del destino, acaso existe. Había una de Silvio que decía: "yo no se lo que es el destino, caminando fui lo que fui, allá Dios que será divino, yo me muero como viví"...
Eran otros tiempos.
Mi amigote Ulises me preguntaba cuando es que uno se empieza a poner viejo, yo no se, Cortázar decía que cuando a uno le empiezan a salir ojos en la nuca y todo se mira hacia atrás, es señal inequivoca de que se está viejo.
Tener 36 no es ser viejo, pero como dice la publicidad estoy "a medio camino de jubilar" y debiera preocuparme de APVs y fondos mutuos.
El lunes Mario Quiroz mi profesor y "colega" en esto de la docencia se mandó un speech bastante personal acerca del paso del tiempo, de los años que uno bota, de la pérdida de momentos y de las cosas que debieron hacerse en el tiempo adecuado. No supe que decir.
El tiempo pasa y yo me siento aun al margen. Creo que mi agnosticismo político y religioso me pasa la cuenta, el "dolor de la lucidez" a veces aporta un desánimo medio mala onda, que es precisamente lo que no hace falta cuando hay tantas tareas por concluir. Parece el discurso de alguien cansado.
Y no queremos cansancio ¿no?
Sería bueno saber qué hace falta, sería bueno tomar un curso de acción y enfrentar el aluvión de días y años que hemos gastado en ser lo que somos, en ser sin sacar la cuenta de qué o quién queremos ser.
Recuerdo esa escena de "Atame" en que Antonio Banderas le expone la infografía de su vida a la Victoria Abril, como un simple encuentro sexual le cambia la vida, decide dejar de estar loco y volverse alguien útil. A todos nos pasan cosas semejantes, decisiones, quiebres, finales que nos cambian, dimensiones que se abren ante nosotros y que modifican el mapa de nuestros días, el sueño burgués de la casita, el autito, las buenas vacaciones y un pasar. A veces puede ser el canal que se desborda, la enfermedad de alguien que se ama, un amor, la soledad, a veces sencillamente ocurre como ese personaje de no recuerdo qué película que un día abandona a su familia en mitad de un almuerzo para no volver más (bueno, el personaje de Hawthorne que se oculta en la casa detrás de la suya y no vuelve en 20 años, Wakefield), o Lester Burnham que renuncia a su trabajo extorsionando a su jefe por una buena indemnización y decide hacerse empleado de hamburguesería (de burgués a hamburgués, ja).
Estar al margen no es tan malo, pero si lo suficientemente malo como para desear no estar ahí permanentemente.