miércoles, agosto 17, 2005

El tiempo sigue siendo oro

Pobres humanos nosotros que necesitamos y disfrutamos de lapsos de felicidad y de penurias, que dividimos el mapa de nuestros días en la flexible pero limitada capacidad matemática de darle forma a nuestro devenir.

De a poco la tecnología nos ha ayudado a desprendernos de tiempos de traslado y de la imposibilidad física de estar presente donde importa estar, virtualidad mediante nos amplificamos y nos sentimos cerca, el maravilloso correo electrónico, la imagen y el sonido digital nos ha prestado pseudópodos que nuestros abuelos ni soñaban, no me digan si no se sienten un poco ciborgs al palpar las poderosísimas herramientas con que salimos al mundo, a nuestros negocios, a nuestros quehaceres, que al presionar las teclas y el mouse de nuestros computadores no nos estamos extendiendo hacia otra forma de nuestra realidad.

Todos hemos experimentado este aumento casi infinito de nuestras posibilidades y habilidades, a la vez que hemos descubierto que estas habilidades que creíamos propias también se han hecho parte de las posibilidades de los otros, de los visualmente iletrados, de quienes antaño alababan a ese artista que veían en nosotros los diseñadores y comunicadores visuales, es en esta mezcla en la cual a ratos sentimos la realidad del cambalache del tango -"igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida"-, aquí y ahora se nos hace patente que tenemos que rehacernos y autosuperarnos, duplicarnos en nosotros mismos y hacernos valer en calidad y en discurso, en conocimientos y en la suficiente seducción para atraer público y clientes. Y como todos luchar contra la hora de cierre inapelable que nos aguarda en un horizonte indefinido. El cierre de nuestros boliches profesionales y el otro gran cierre con flores y mortajas.

Tecnología más o menos tenemos poco tiempo.

A nuestras células no las podemos engañar muy facilmente, respiramos suficientes compuestos químicos como para aumentar de manera importante las posibilidades de daño o de falla de nuestra maquinaria. Y ni que hablar de esa cosa que llamamos mercado.

Entonces... El tiempo sigue siendo oro, cada día perdido en flotar en la corriente se vuelve un dedo acusador -si es que crees que vale la pena hacer algo-. Pero aun así seguimos apegados a esquemas, a manías de los viejos paradigmas según los cuales la forma correcta de avanzar era de acuerdo a los modelos, según la carrera o el título te lo ordenase, según se comportaba la bolsa o según iba la política de tu país.

Nos hemos cansado de esto y de alguna forma hemos debido apostatar a la fuerza de nuestras ideas sagradas, nos hemos cansado de depender de ellas o de luchar contra ellas, de haber vendido nuestras almas y nuestras ganas a conceptos podridos, deteriorados, apuntalados en mala publicidad y en marketing para iletrados, en mentiras piadosas y paternalistas.

Tenemos poco tiempo y es patético detenernos a cada paso para desmenuzar la verdad o la mentira de los medios, de los discursos, de las leyes, de los gurues..., Y a la vez pretender dar en el clavo con alguna ley o con una de esas verdades que te dan vuelta la cabeza parece ir alejándose o volviéndose más un asunto de minuta del día que de absolutos existenciales.

Eso aun no cuadra con nuestros hábitos mentales, deseosos siempre de decálogos y ayuda memoria. Sin embargo el tiempo corre y cada segundo invertido en escribir estas letras y de ustedes en leerlas es una porción de vida que no regresa, no se duplica, que se vive sólo dentro de este discurso que ni siquiera está seguro de ser. ¿Para qué entonces darme y darles la lata?

Para ir pegándonos una patada en la raja que nos ayude a despertar y a salir fuera de la caverna en la que a veces nos instalamos a ver pasar la sombra de las presas y jamás salir a cazar o a sacarse la duda.