lunes, enero 09, 2006

De eso si me acuerdo

La reja era negra y la casa generalmente blanca, ahora es de un color verde opaco y grisáceo, la casa ligeramente crema, de la que salgo camino a la panadería en la esquina opuesta, a espaldas de la casa (la casa mira al oriente casi llegando a la esquina nororiente, la panadería campea en la esquina sur poniente), la panadería es la misma, distinta diagramación, distinto modus operandi pero en líneas generales la misma cosa. Antes uno hacía una cola aburrida para recibir las marraquetas y las hallullas crocantes y calientes, siempre sabrosas, siempre llamando a sacar un bocado entre la panadería y la casa, en esa misma panadería estúpidamente alguna vez me quedé mirando fijo el sol, quien sabe cuanto de mi deficiencia ocular se la debo a esta inconsciencia, tantas veces me di la vuelta a la manzana completa con la bolsa del pan, la mantequilla soprole, el cuarto de queso o el jamón pierna, estos días he vuelto al hábito, pero como quien baja de un platillo volador, como si ahora todo fuese infinitamente distinto, y lo es.
Viene a cuento acordarse de que en aquella esquina alguna vez hubo un populoso y concurrido teléfono público, el mismo donde el loco gritaba "el regreso de ultraman" seguramente a su amigo que volvía con la polola, la misma esquina donde la hija de una vecina lloraba convulsivamente porque habían atropellado a un cachorrito.
También estaban los troncos de eucaliptus que la panadería usaba para los hornos que se amontonaban al lado de donde hoy creo que hay una carnicería, la esquina donde había un buzón de metal, la esquina que hoy es uno de esos grafittis mediocres que abundan en todo Santiago.
La calle antes era de cemento hoy está cubierta de asfalto.
Yo camino no más, con mi bolsa plástica, hay viento. Siempre hubo viento en las tardes, recuerdo el viento y el sol en las tardes de verano cuando leía a José Ingenieros acostado al lado de la ventana del fondo de la casa y me imaginaba un cuadro de Van Gogh con ese cielo azul y las cortinas amarillentas.
El olor del pan, las botellas de vidrio de tres cuartos de litro que me mandaban a comprar en bolsas de malla, la papaya, la frutal, la cocacola, la fanta.
Hoy hay un grifo en la esquina sur oriente, siempre lo hubo, pero antes era una salida de agua en el suelo con tapa de hierro fundido hoy es amarillo, como tienen que ser los grifos.
Me acuerdo de mi abuela, de los niños jugando pichanga, de las bicicletas mini, de aquella vez que me lancé decenas de veces en triciclo por la bajada de mi calle (bastante empinada) para chocar contra el tronco de la casa de un vecino y de la vecina chica que se enojaba.
Subo la cuesta, las mismas casas, muchos autos nuevos, modelos de uno, dos o tres años, recuerdo el ford mercury del vecino, el peugeot 404 del otro, la renoleta de este, el simca mil del otro, los beegees, las piscinas inflables, el olor a queque en la casa de mis amigos.
Hoy me cuento canas en la barba y me sorprendo recordando como me subía a la reja negra de la casa blanca con pantalones cortos y chalas, tan parecido a mi hijo,
Y puta que somos diferentes.