martes, julio 17, 2007


Es difícil darse cuenta de cómo van pasando las cosas y la vida de uno se torna un reflejo irónico de los propios temores. Sin duda gran parte de la culpa la carga ese uno mismo que siempre habla más de la cuenta o que escupe exageradas descalificaciones sin tomar en cuenta los matices infinitos que tiene esta carrera (¿carrera hacia qué, desde dónde?). Que sea difícil por cierto no indica que a fin de cuentas uno no pueda abrir los ojos y decidirse a cambiar la ruta o a sopesar los pasos, sin embargo está ese otro miedo que resuella en nuestro oído y que está atado a la lucidez, a darse cuenta, a diagnosticar con dolorosa mala leche el default, la tara y no saber qué hacer para hacer la propia historia de un modo distinto. A fin de cuentas, de eso se trata siempre, del saber hacer borrón y cuenta nueva a partir de cualquier capítulo de la propia vida, quizás eso es la libertad, elegir un destino, cambiar y reinventar el mapa a medida que la vida te va dando pistas sobre ti mismo y sobre el territorio que te tocó en suerte o decidiste colonizar. La diferencia siempre es mínima, y las pistas parecieran indicar que no somos tan diferentes como queremos creer, que el valor probatorio de la experiencia no hace más que atraer a los iguales y en esta sociedad, en este mundo que estamos cocreando permanentemente, esa validación es el quid del asunto, la madre de todos los corderos al palo magallánicos.
Pero como ya lo decían, el tiempo no para y cada aprendizaje son meses, años, días, segundos en contra para los que ya pasamos la mitad o estamos a punto de y de qué vale pensar en lo comido y la bailado si es que a veces hay redundancia informativa, lagunas en que los ojos se cerraron y el mundo siguió andando, en que percibir la vorágine o hacernos los locos respecto a ella sólo permitió una ligera impresión, nunca un cambio de esos que cambian timón y velamen por igual.
En esas condiciones uno desea dejar pasar al león al lado de uno y averiguar como sería la vida fuera de la selva.
Como siempre la gripe (la tercera del año) me absorbe la mitad del ánimo y el otro, el que queda siempre es el de mierda, el justo y necesario para patear la pobre perra...