martes, julio 10, 2007


Hace un tiempo salía regularmente a trotar por mi barrio, media hora muy temprano en la mañana, hasta que una gripe interminable y las dormidas irregulares me empujaron fuera del hábito.

Qué hacer para recuperar la necesaria dosis de energía que el cuerpo reclama cuando se ha creado la necesidad, y tantas veces el horario y el cansancio se llenan de otras obligaciones: el minuto de reclamar en FOX por el doblaje de Los Simpsons por ejemplo, la reunión aquella en que se decidiría el futuro de esto o de lo otro. o haber votado por los moais de Rapa Nui.
Calzar es doloroso, pero lo que uno no puede es hacerle el quite a ese dolor. Si se optó por calzar las cosas, calzar los discursos y calzar las energías, habrá siempre un pequeño e intenso dolor que domesticar.
Se tratará del tiempo que no hay o la energía que no se recupera del todo.


No hay nada de malo en el dolor, el dolor es aprendizaje, el dolor es oportunidad de despertar de la terma y trepar otros cerritos. El problema que tenemos es que el cuerpo rechaza el dolor, el dolor que se replica y afiebra en la cabeza, el de darse cuenta de la propia falencia.
En fin, es un misterio como funciona la química, el sistema y la arquitectura de la experiencia cotidiana, o quizás no lo es tanto, la clave es si queremos saber, si queremos que nos duela, si estamos con ganas de probar el “dolor de la lucidez” o seguir ignorantes y por ende (de seguro) fácilmente felices.
Hoy sólo tengo ganas de estar contento y el precio a veces es que el resto se vaya un poquito a la mierda, aunque no siempre.


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