Septiembre, las fiestas, la chicha y las empanàs
Sabemos que uno no le va de patriota con la bandera en el pecho, pero uno si mantiene un cariño rencoroso con el país que le tocó en suerte. Me conmueven ciertos detalles del dieciocho, el viento de primavera, los globos tricolores, el salir temprano, escuchar cuecas de toda calaña en los mall, las maletas que hay que hacer para alejarse lo más posible de las calles aburridas de esta ciudad acorralada por símbolos de invierno. Pero hoy me gusta Santiago. Camino sin apuro entre clases suspendidas (por el dieciocho), entre gentes con paquetes con olor a empanadas y cuecas. Camino celebrando la autorreferencia. Como aliviado de poder dejar de pensar y sólo sentir que el viento del tiempo es el medio natural de nuestras obsesiones. Es decir la sensación incesante de que todo deja de ser y se transforma en olvido. Tópico. Lo otro es reconocer que en mí conviven dos personas, este que escribe, el que goza en descubrir la mitad vacía del vaso medio lleno y el otro, el que observa y sonríe, rema, rema maravillado de los regalos que un sumamente irónico creador le ha ido poniendo en el camino. Ambos, lo que soy se deleitan en este aire de septiembre, celebran a O'Higgins, se imaginan los volantines originales, el olor de la Chimba, la polvadera de una cueca en piso de tierra, los terratenientes afrancesados montados para el rodeo, me imagino esta zona central sin tiempo y sin smog, sin tag ni reforma procesal.
Hoy mientras descendía apretujado en la 390 pensaba estas cosas, seguro de que una fuerza misteriosa me mantenía en pie, a pesar de mis diarreas mentales y mis vómitos verbales. Entre otras cosas, como por ejemplo la idea del Dios Creador bueno y bondadoso versus la idea del Dios vengativo y celoso, el Jehová del viejo testamento y el Jesús del nuevo, la idea de que quizás el amor (esa palabra...) es de verdad, como dice Maturana, el único diferencial que nos separa del reino animal y como tal invención del hombre, invención antropogónica (como les gusta decir a los poetas). Entonces el Dios es Amor, sería Dios es Amor porque el Hombre se alejó de los Animales para ejercer su Amor. Oh, pensamientos delirantes. El Amor me mantiene en pie. El que se da y el que se recibe, naturalmente.
Apología de la Autorreferencia
Como no se para qué escribo, me declaro autorreferente.
Linda y relamida palabreja, o sea escribo y ya.
Como es tiempo de hacerse preguntas y no escaparle a la angustia asechante, el niño atormentado pide su latigazo de palabras, no se sabe bien porqué y da lo mismo, finalmente somos lo que somos a falta de dimensiones con el Bolero de Ravel como fondo (si se prefiere soundtrack), porque no nos alcanzaba para otra cosa, cuando mucho para Tulio Enrique de León (y su órgano maravilloso).
Caminando entre Los Tilos y Santa Ana de Chena, caminando por Vía Láctea y Divino Maestro. Caminando porque era lo que había que hacer y sucede que hay imperativos que no responden a moral alguna ni a objetivos éticos de ninguna especie.
Hoy que casi no se camina, digamos que la obligación de trasladarse sin gastar bencina se ha vuelto la única motivación suficientemente poderosa como para mover las piernas en lugar de sacar el auto de la casa.
Y resulta que entonces sólo podíamos darle uso a la planta de poliuretano.
Así que hoy sustituyo el andar con el escribir, esa otra caminata sin dirección que llena algo que nunca ha pedido llenarse. Uso mis vagas experiencias, mi ausencia de espísteme suficientemente científica como sucedáneo de informaciones con valor de cambio. No pretendo agregar valor, ni crear dimensiones de contenido nunca antes vista, sólo escribir, libremente escribir de las cosas que no me pasan, de las cosas que a veces se me agarran del pelo (como decía Víctor Jara en ese recital en Valparaíso).
No soy yo el que emerge detrás de las palabras. Las palabras crean una máscara sobre mi rostro que a veces parece salida de una morgue, para mí la autorreferencia es un capítulo de la literatura, de la personal literatura de quienes escribimos porque si, porque escribir es lo único que emerge naturalmente de nuestras almas de huesos y pellejos livianos.
Me pierdo sin dirección sabiendo que no hay más que decir.
Temiendo haber dicho lo que no hacía falta. Pero eso da lo mismo.
<< Home