463 kilos
Hoy en medio de la compleja lectura de una enredosa tesis, me llama Ulises.
Que requiere de mi apoyo, lo más pronto posible. Pero nada de apoyos morales sino que de mi apoyo físico para mover un tambor de fierro gigante que su suegro ha dejado en el patio de su casa, como recuerdo de sus días de minero emprendedor.
Así que tras almorzar con mi mujer, hacer unas llamadas y escribir unos correos. Ya superada la prueba de la tesis, hechas las anotaciones y cambiado de ropa. Esperé que el amigote pasara por mí.
Reconozco que me fui de espalda al ver la mole de fierro.
Tras gastar unas pocas neuronas en solucionar la sacada del fierramen, dimos uso a nuesras menguadas musculaturas para montar 215 kgs, de metal en la parte trasera de la Hilux de mi amigo. No fue fácil, tuvimos que pedir ayuda a un vecino comedido, romper dos listones de pino y llenarnos de óxido para que finalmente la cosa reposara en paz sobre la camioneta.
No conforme con esto, elevamos sobre nuestras cabezas otro armatoste de 57 kgs al cual apuntalamos con 193 kgs de chatarra oxidada. Pernos de construcción, canaletas, fierros varios y latas pasaron por mis torpes manos de docente y diseñador.
El material fue depositado en una barraca donde se pesó minuciosamente la carga. Se obtuvo algún dinero y mi amigo vivió el enorme alivio de ver liberados varios metros cuadrados de su casa gracias a nuestras neandertalescas fuerzas.
El resultado son unas manos agrietadas, ropas anaranjada de óxido y un ligero dolor de espalda. Pero un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.
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