miércoles, diciembre 15, 2004

Hace unos días



A veces no es sólo un asunto de desahogo, a veces es más que eso. Por desahogarme hablo con mi mujer o me pago una terapia. Sentir que es más que eso es una puntada en el corazón y en las tripas.
Hay quien ama la incertidumbre. Yo la veo amenazante inmiscuirse en mi matrimonio, en mi paternidad, en mi futuro, en mis capacidades, en mi presupuesto, en el bienestar de la gente que más quiero y me da puntadas, me da calambres, jaqueca y dolor de huesos no saber qué hacer, no saber de qué modo debo reinventar un futuro por los que más amo. Un futuro en que yo mismo a veces ni siquiera cuento, en que lo que deseo, lo que busco no es para mí, en que asumo que si sacrifico mi comodidad y mi tendencia a no hacer absolutamente nada no es por hedonismo, ni por confirmar el modelo, ni por justificarlo. Lisa y llanamente es porque si hay algo en mi que vale la pena, ese algo hay que quemarlo hasta la ceniza a fin de que haya siquiera un poco de lumbre, entonces -me digo- si es necesario que mis huesos floten en el aire para que se abra camino en la noche que así sea.
Amén y Amén.
Por eso, esta nada me consume y me infla, me hace sentir menos que nada, menos que cero, esta quietud pastoral en que debiera estar enclaustrado rezándole a los santos me carcome.
Cada hombre necesita una misión.
Yo necesito aligerar la mochila de los que me rodean. Pero la mala costumbre de conformar círculos viciosos, de montar serpientes que se muerden la cola abruma mis pensamientos, como si un temporal agitara las olas y empolvara el desierto.
Ese temporal soy yo.
Yo:
este cuerpo de 90 kilos,
esta cara que me acompaña
y envejece conmigo,
estos ojos miopes,
este dolor de cabeza, esta nausea.
No es sólo desahogo,
es una oración de dientes apretados
a un Dios al que hace rato no consigo decodificar sus señales

De "Caldos de Cabeza, 2004"