jueves, abril 14, 2005

Lost in Provincia

Resfriado el mundo me llega en sordina, algodonoso. Entre una cosa y otra, convencido de mi extravío vuelvo a caminar. Cuadras de Talca, colectivos por montón mientras arrastro mi resfrío en busca de otra perspectiva. Pizzerías, cafés, McDonalds me guiñan el ojo, hay gente por todos lados, excepto por donde está el hostal, la plaza es un límite, entre la calle de la estación de trenes y la plaza hay escolares, oficinistas, carabineros, boliches abiertos, tiendas de ropa, olor a fritura y a veces a pan fresco.
Pero no quiero entrar solo a un café a tomarme un café. En realidad camino sin saber que quiero, miro y respiro la onda de Talca, esa onda comunal, de Santiago sin serlo, me acuerdo de los símbolos de Flash, eso que es pero que existe porque hay otro que es de verdad.
Ni un huaso, ni una chupalla. Si un supermercado Las Brisas, los mismos bancos ocupando edificios reacondicionados. Caminé varias cuadras dando vueltas, un alumno me saluda. Me siento un fantasma, invisible, inadecuado a este paisaje. Pero puede ser el resfrío, puede ser que extraño a mi familia, pese a que el celular me ha traído la voz tranquilizadora de mi mujer.
No se, de vuelta en el hostal me he tomado dos cafés y una marraqueta con queso y mi antigripal.
La habitación huele a pieza, a encierro y a baño, la tele me acompaña con Boggie Nights por I-Sat, Dirk Diggler sale verde, la tele es vieja no consigo que se vea mejor, no le presto atención, estudio, leo, anoto, leo, miro a la roller girl, sigo leyendo hasta que el sueño me rapta.
Se que estoy en Talca, comienza a hacer frío.
Hace frío con sol en la sala, los alumnos bajo la presión de mi molestia trabajan. Tengo sueño de haber pasado la noche casi metido en un sarcófago, la sensación de haber dormido en un ataúd atrapado por el olor de la pieza, esa mezcla de desodorante de baño y de encierro, tengo miedo de llevarme el olor conmigo. En la mañana las dos tazas de café con leche me resucitaron, me prepararon para echarme a andar en el aire transparente de la mañana, para cruzar el puente de planchas de metal y venirme acá.
Acá donde me siento afuera y estoy adentro, metido hasta el cogote.
Sin embargo el camino de regreso a la estación, tal vez por el resfrío no estuvo acompañado de olores a comida, excepto a la salida de la U entre cacerolazos de alumnos de otra carrera descontentos por no tengo claro qué.
El ítem de vuelta fueron las puertas de algunas casas, la entrada antigua que da sombra espesa, sombra fría de iglesia en un día de sol. Se me repetían cada tantos pasos estos cubículos de dobles-dobles puertas, puertas de madera tallada para afuera y de madera tallada con cristales para adentro y al medio el cuadrado de baldosas con dibujos geométricos o vegetales, modelos victorianos o Morris o art nouveau o art deco estancado como pasaje intermedio entre el adentro y el afuera de esas casas viejas. Baldosas rojas y amarillas, puertas repletas de floritura, paralelogramo invisible.
En la estación olor a sacapuntas, a lápiz de madera recién afilado se escapa de la boletería, piso de madera, lavamanos de loza cuadrado de antiguo al lado del escritorio, el mouse y el teclado.

II

Y fue martes de nuevo y la 390 apareció con flojera en el aire oscuro y frío de las seis de la mañana. Es madrugada a esta hora, es de noche y la gente sale de a poco, yo con gorro de lana que me pica en la pelada extraño el microclima de mis sábanas y la cintura de mi mujer. La rotonda Grecia, los pacos, cuando llego a la Estación Central hay una penumbra creciente que anuncia un día nublado. Tengo sueño.
El tren es casi lo mismo, ventana y un señor que acaba de hacerse una biopsia en la Clínica Alemana, todos hablan por celular, yo no aguanto y me duermo, no en vano me levanté a un cuarto para las cinco.
Anoche “Sideways”, ganas de tomarse un vinacho, de darle ánimos al pelota del protagonista, de que se ganara su cielo de pinot y de rucia vinatera.
Lío en el Hostal. La puerta a mi habitación no abre, se ha trabado la llave, a lo chileno “tiene sus mañas” y en lugar de cambiar la chapa le van a aplicar W40, me pesa la mochila, la de verdad no la de mi cabeza.
En clases un discípulo del negro Piñera (“papurri”) pone música y en su selección sale la “luna roja sobre el mar negro” esa de Soda Stereo, y una bofetada de recuerdos me acomete virulentamente: Quilicura, los años finales de Xerox, las charlas con Esteban acerca de la “equis roja”, el Rosamel, las tardes con el heladero que curiosamente se autoproclamaba como el “Talquino”, el bicho que andaba solo a pesar del “Jamón” Serrano, el “Chino” Rosales, el Carlos Sánchez, la Nancy, “Macanudo” Rafael, Juanito, Santiago, otros que la memoria ya desaparece, el mismo Drope, la Regal, el papel triple, el LX, la revisión piramidal de muestras, Mastrágica, Prograf y Jean Paul Belmondo, los radio taxis, el Mac gris con 2 semanas de música, la ventana con afiches, el aeropuerto, el café con delicias de frambuesa, los helados Trendy. El pasado, mi pasado laboral, el área de diseño, la definición de cargo, lo que me condujo hasta aquí ahora martes doce de abril de dosmilcinco a las catorce veinte.
Pero el dibujo del día no se detiene. No mal, la noche nostálgica deseosa de familia, de amor allá en donde habita mi cabeza extranjera, me dejó dormir tranquilo y calientito. La pieza parecía pieza, la tele me acompañó mientras leía y estudiaba, veintinueve pulgadas de Alicia Silverstone, de Woody Harrelson, Courtney Love, mientras leía y el sueño huía de mí.
Hoy que ya es miércoles, bajo el cielo claro y de vagas nubes en Talca me apuro para llegar a mi lugar. Tengo apuro en estar en mi vida al fin.