miércoles, agosto 23, 2006

I

Eran los árboles recortados fotográficamente y sepia contra el cielo lleno de nubes, el frío pinchándome al cruzar una ancha avenida, río de autos y micros de colores. Eran los taxis, los perros, la noche vestida de letreros luminosos, el reflejo de los faroles en las veredas, la perspectiva oscura y el olor a parrilla.

Las caras nuevas, las voces, las palabras, esa especie de comunión medio apocalíptica en que de pronto las diferencias eran la sal y el contraste el alimento. ¿Qué creer de vuelta a la sórdida posición de juez y parte del modelo frío que te alimenta?.

La noche increíble, el taxi perdido, Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga, apenas el saludo y el mapa, la noche del lunes era un puerto dormido y helado, un dato para archivar junto con la esquina abierta, la mesa reposada, las copas de vino y la vuelta a la manzana (¡viva Chile, carajo!), como en los ojos cerrados el tráfico absorto también se iba, en el piso ocho a dormir acurrucado.

No se puede decir caminamos juntos, ligeros, reconociendo una patria extrañada, el desayuno y los víveres, el pan, la manteca, la leche y la quatro. Los pies se nos iban saltando de una esquina a otra, Pueyrredón, el hospital, la plaza. Sólo se que en el recuerdo todo es más dulce y más nítido, no se puede explicar todo. No se puede explicar nada si no rozar pobremente el contorno de las cosas.

Luego las palabras vinieron a saludarme, las caras, el tiempo vino a sacudirse y a quemar lo que había que quemar y se pudo nadar libremente y sin óbices visibles entre esquinas abiertas, salas medio vacías, nescafé y proyectores digitales. También era la alegría con alas de verte caer, tan linda, llena de bolsas y besos, llena de regalos y de ganas. El departamento blanco, tibio, el octavo piso y nuestras cabezas flotando en el enorme cojín compartido.

Mañanas repletas de taxis, viento frío y carreras por Córdoba, Salguero, Jean Jaures esquivando caca de perro, metiéndose en cabinas de teléfono, revisando correos horrorizados de amargura. Pero ese íntimo sabor de la plática, la risa, los cómplices allá, los compañeros de ruta asombrados, boquiabiertos entre la muchedumbre de estudiantes, la entrega de taller entre sábanas colgantes y el paseo venezolano y argentino hablando de lo que hablamos siempre. Cómo explicar, el asado de tira, el BMW de Luciano, el vino familiar, Les Luthiers cómo no. El auto de Edwin, los versos de Borges, ese deslizarse tibia y confiadamente entre las luces de La Rural, la Plaza Italia, mientras la ironía ese necesario alimento nos nutría de risas y buenaventuranzas.

Como tú y tu recibimiento provenzal, las copas, la risa, la conversa, la amistad chilena en el cielo de Palermo, el mediocre vino argentino, más vino, más alegría, para retornar a la noche no tan fría y sin fantasmas.