lunes, julio 30, 2007

Hotel Isabel Riquelme

Amanezco en Chillán y de refilón veo desde mi pieza la postálica catedral.
Desayuno Buffet, pero yo sólo me fuí al café con leche, las tostadas con queso y jamón. A pesar de toda la dulcería disponible, me fui por lo liviano, el jugo de naranja y escribir una pequeña nota, contando del viaje en tren, demasiado calefaccionado, la cena compuesta de jerez sour, cebiche y ostras y chuletas de cordero apanadas. La noche rara, solo, acaloradísimo con el radiador funcionando a full y la tele aburrida. Luego, más rato iré a laburar, ahora sólo me dejo estar, en la extraña soledad del comedor del gran Hotel Isabel Riquelme, sus manteles ocre, sus paredes beige y su look de casa piloto.

martes, julio 17, 2007


Es difícil darse cuenta de cómo van pasando las cosas y la vida de uno se torna un reflejo irónico de los propios temores. Sin duda gran parte de la culpa la carga ese uno mismo que siempre habla más de la cuenta o que escupe exageradas descalificaciones sin tomar en cuenta los matices infinitos que tiene esta carrera (¿carrera hacia qué, desde dónde?). Que sea difícil por cierto no indica que a fin de cuentas uno no pueda abrir los ojos y decidirse a cambiar la ruta o a sopesar los pasos, sin embargo está ese otro miedo que resuella en nuestro oído y que está atado a la lucidez, a darse cuenta, a diagnosticar con dolorosa mala leche el default, la tara y no saber qué hacer para hacer la propia historia de un modo distinto. A fin de cuentas, de eso se trata siempre, del saber hacer borrón y cuenta nueva a partir de cualquier capítulo de la propia vida, quizás eso es la libertad, elegir un destino, cambiar y reinventar el mapa a medida que la vida te va dando pistas sobre ti mismo y sobre el territorio que te tocó en suerte o decidiste colonizar. La diferencia siempre es mínima, y las pistas parecieran indicar que no somos tan diferentes como queremos creer, que el valor probatorio de la experiencia no hace más que atraer a los iguales y en esta sociedad, en este mundo que estamos cocreando permanentemente, esa validación es el quid del asunto, la madre de todos los corderos al palo magallánicos.
Pero como ya lo decían, el tiempo no para y cada aprendizaje son meses, años, días, segundos en contra para los que ya pasamos la mitad o estamos a punto de y de qué vale pensar en lo comido y la bailado si es que a veces hay redundancia informativa, lagunas en que los ojos se cerraron y el mundo siguió andando, en que percibir la vorágine o hacernos los locos respecto a ella sólo permitió una ligera impresión, nunca un cambio de esos que cambian timón y velamen por igual.
En esas condiciones uno desea dejar pasar al león al lado de uno y averiguar como sería la vida fuera de la selva.
Como siempre la gripe (la tercera del año) me absorbe la mitad del ánimo y el otro, el que queda siempre es el de mierda, el justo y necesario para patear la pobre perra...

martes, julio 10, 2007


Hace un tiempo salía regularmente a trotar por mi barrio, media hora muy temprano en la mañana, hasta que una gripe interminable y las dormidas irregulares me empujaron fuera del hábito.

Qué hacer para recuperar la necesaria dosis de energía que el cuerpo reclama cuando se ha creado la necesidad, y tantas veces el horario y el cansancio se llenan de otras obligaciones: el minuto de reclamar en FOX por el doblaje de Los Simpsons por ejemplo, la reunión aquella en que se decidiría el futuro de esto o de lo otro. o haber votado por los moais de Rapa Nui.
Calzar es doloroso, pero lo que uno no puede es hacerle el quite a ese dolor. Si se optó por calzar las cosas, calzar los discursos y calzar las energías, habrá siempre un pequeño e intenso dolor que domesticar.
Se tratará del tiempo que no hay o la energía que no se recupera del todo.


No hay nada de malo en el dolor, el dolor es aprendizaje, el dolor es oportunidad de despertar de la terma y trepar otros cerritos. El problema que tenemos es que el cuerpo rechaza el dolor, el dolor que se replica y afiebra en la cabeza, el de darse cuenta de la propia falencia.
En fin, es un misterio como funciona la química, el sistema y la arquitectura de la experiencia cotidiana, o quizás no lo es tanto, la clave es si queremos saber, si queremos que nos duela, si estamos con ganas de probar el “dolor de la lucidez” o seguir ignorantes y por ende (de seguro) fácilmente felices.
Hoy sólo tengo ganas de estar contento y el precio a veces es que el resto se vaya un poquito a la mierda, aunque no siempre.


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miércoles, julio 04, 2007

EN UN MOMENTO DEJAS DE TENER MIEDO, en ese momento asumes que lo poco que puedes perder en realidad nunca te perteneció y te viene bien cerrar los ojos y aceptar los embates naturales, la muerte, la pérdida, el dolor, la pena como eventos pasajeros, como la curva más dolorosa de esta montaña rusa, eventos que la química, los hábitos y el olvido van disgregando penosa y tranquilamente, cínica y acompasadamente, con la frialdad del médico que te dice que tu mal es incurable, que te quedan seis meses de vida.
Entonces se cierran los ojos y se menea la cabeza de un lado al otro, sin entender nada, deseoso de mandarse mudar, de decir adios y disolverse, ajeno, indiferente, completamente convencido de la ausencia de sentido, convencido de que cada pirueta de malabarista rueda en un contrato invisible entre la mano entrenada y el artificio elegido, un contrato sin magia, sin habilidades, sin trascendencia.
Cuando se ha elegido escribir así, sin desgarro, sin efectos, casi recostado sobre las palabras el miedo a la muerte, a la pérdida. al olvido, al fracaso se torna irrelevante, hay una misteriosa fuerza inerte que empuja y decide las palabras más insípidas, y está bien y no se desea otra cosa.

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