jueves, mayo 22, 2008

Puta lluvia, cómo me gusta que el agua me lave la cara
los brazos, el cuello, que el agua
vuelva a ser amiga. Cómo me gusta pensar que esta agua
que se mete por las rendijas del techo
que se aposa en el patio, que me acompaña y me achica,
se va a llevar todo, todo
lo que me anuda a esta carne en plena paralisis,
a ese reflejo pasmado que me mira en el baño,
en el pasillo, en el computador apagado.
Puta putisima lluvia de otoño
En la que veo nitidamente la danza
que lava y perdona, la que pone todo en orden, la que
empieza al mismo tiempo que
despierto, o me duermo
retorcido, como un alambre a la corteza del árbol
y miro, ojos muy abiertos
el revés de esta lluvia de ojos
apretados

lunes, mayo 19, 2008

Me entero de la muerte del padre de una amiga de acá. Muerte que como toda muerte puede ser trivial, la gente se muere todo el tiempo, la vida trae consigo a la muerte y uno sabe “pero se olvida que sabe” que nada es para siempre y en esa pasamos suavemente día tras día, hora tras hora, por la suave e impaciente arena del reloj.
Sin embargo, la causa, la forma, el efecto sigue recordándome a mi padre y su final en este pedazo del universo.
Por muy cínico o resignado que uno sea, hablar del cáncer siempre suscita teorías, miedos y barreras. En las pocas conversas que tuve con esta amiga, el fantasma de mi padre siempre anduvo rondando, intentando quizás poner en claro cuanto de lo que es posible hacer y decir era justamente de ayuda para entender o poner en perspectiva la situación de la Isa y su padre, al mismo tiempo la mala costumbre de no saber a ciencia cierta nada, si uno actuó bien o mal con su padre, si fue suficiente o no todo lo hecho, las reacciones, las acciones y las emociones me devolvían y me siguen devolviendo siempre a esta idiota autorreferencia que me persigue.
Para mí el tema, esta puta enfermedad me patea en las bolas con la pregunta de siempre: ¿qué sentido tiene oponerse a la tragedia de la vida?
Un mes duró este señor, un mes que cabe imaginárselo cruzado de incomodidades e incertidumbres.
Mi padre estuvo seis meses conciente de que había un tope y que su vida acá se estaba acabando, seis meses que fueron críticos sólo en su último tercio, cuando el viejo ya no podía más nada y yo, todavía y siempre tan torpe, no sabía como manejar, cómo llevarlo en brazos y acompañarlo sólo para oír su respiración casi desesperada en los últimos minutos, pero seis meses.
Hasta hoy me apena no haberme quedado con él ese último minuto. Hasta hoy me apena ese "hasta mañana" que aun no llega.
Otra chica acá me cuenta que era amiga del chico que fue atropellado el año pasado por un borracho frente al mall sport, terrible, inesperado, injusto... ¿el paso del tiempo, la conciencia de la muerte la hace menos dramática, menos terrible? Yo creo que si, finalmente la partida de mi padre fue la culminación de un lento crepúsculo que nos enfrentó a ambos a que él ya no era más el más fuerte de todos y que yo no era sólo su hijo más chico.
Los muertos se quedan un rato con nosotros, pero luego parten y nos dejan desovillar nuestras cuitas sin ellos. Así y todo cada día mi padre está en mi pensamiento.
Me imagino que nada que uno haga o diga de vuelta consuela al dolido. Cómo decirle a la Isa que la ilusión y la realidad, los sueños y la vigilia, el dolor y el consuelo son compañeros del tiempo y que el tiempo es lo único que nos queda, lo poco que podemos darle a los que aun quedan de este lado del río, lo poco que podemos compartir.

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sábado, mayo 17, 2008

Ojos Primitivos, Alejandra Pizarnik 1971

En donde el miedo no cuenta cuentos y poemas, no forma figuras de terror y de gloria.
Vacío gris es mi nombre, mi pronombre.
Conozco la gama de los miedos y ese comenzar a cantar despacito en el desfiladero que reconduce hacia mi desconocida que soy, mi emigrante de sí.
Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración.
Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya más imágenes): el silencio de la compresión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.

El Infierno Musical, 1971

jueves, mayo 08, 2008

De qué se trata entonces, este vivir dentro de una bolsa de carne que obedece (o no) a impulsos que vienen de más atrás del enfoque que permiten estos faroles empañados, esta máquina a vapor que come ajo, bebe vino y bebidas energizantes, duerme entre sábanas y despierta en piyamas arrugados.
Admiro la pasión en otros y dudo poder encontrarla en mí. Pasión, ay si pudiera hallarla, ay si de repente resultara que si, que había que tomar por ahí con los ojos cerrados y había que dejarse de huevadas.
Cómo si fuera sencillo, desoír la orden y la guía mental, ese ruidito de fondo que taladra y taladra, el manual completo y el cancionero con tablatura. Todo acá luchando contra la pasión y el deseo, como si aun quedara otra cosa, como si fuera posible despertarse de la férula feroz de la razón y la lógica, de la ley y la norma.
En ese otro mundo, no habría más salida que irse en picada contra la ola, cerrar los ojos y confiar en que, como cuando era chico, cruzando la calle velozmente en bicicleta no iba a venir ningún auto.
Pero es que no es posible de otra forma, la pasión desea y se magnetiza con el peligro.
Aunque hoy estoy de salida y dejando el pellejo en los invisibles rincones en que los conejos y las flores se ahogan como bajo la ceniza de ese volcán, ese en el sur. Voy de salida, pues quiere una parte de mi sacarme furiosamente de este estado de excentración, de este mareo en que pequeñas señales desde la bruma y la noche parecieran decir la ruta y dirigirme donde nunca me he atrevido a ir, a averiguar si puedo vivir de otra forma.

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