Apuntes inexactos, emocionales, terapéuticos de Älvaro Magaña Tabilo. Observaciones del profe. Su hobbie irregular. Nada del otro mundo. O un mundo completamente al margen del que ocupa implacablemente el resto del tiempo. Sobras, sedimentos, creencias, escrituras, imágenes, etc.
Cuando se tiene un paredón como este en el que nadie entra y en el que uno deja ciertos dibujos mentales casi como una escupidera, resulta irónico recibir en el más corto de los plazos y de la misma persona una mala leche rayana en la odiosidad, en que se pretende igualar contenidos y forma, persona y estilo sólo porque a un pelotudo (lector ocasional, accidental o intencional) no le gustó el plato o el menú.
Si sólo fuera estarse así, dejando que las cosas sean. Con todos los ruidos del mundo de fondo, alaridos de bebé mimada, un fondo entre absurdo y divertido de las noticias en la tele, de la madre reprendiendo a niños, los comerciales, el tiempo y los pasos que suben y bajan por la casa, del primer al segundo piso. Dejar que las cosas sean. La forma en que una pequeña enfermedad crece y se toma el cuerpo, como una pequeña molestia crece y se vuelve una pesadilla, como las deudas ladinas se tornan en verdugos implacables, y las caras de palo que las emiten, en que no hay contenidos ni opciones. Una verdadera lata, uno sigue respirando porfiadamente. Uno sabe que la vida es esto y que el zumbido del poder, del miedo y las amenazas siempre quieren estar ahí, premiando o apremiando. Y uno pone cara de poker o cara de sufrido o cara de poto o cara de raja, o uno esconde la cara y empieza a pensar qué mala hierba te fumaste el día que dejaste que pasara todo esto. Empezar a pensar puede ser el inicio del fin o el principio de la nada. Puede ser cualquier cosa en realidad. Mejor descolgar y empezar a pensar de otra forma. Claro, como si fuera tan sencillo. Pensar… facilísimo, Ni hablar de que para pensar distinto hay que sentir distinto, casi nada, si poh todo imposible de fácil. O como me decían ayer “deja de pensar”, la otra opción, la más desprestigiada dejar que hable el instinto, esa voz sin razones que gusta de probar por fuera de la línea de tiza las mejores arenas donde dejar un rastro. Qué se hace entonces. Optar por la acción, por la que sea, en principio dar un paso, pararse del sofá o de la cama, dar otro pasito más, sólo para ver que hay a la orilla de todo esto. Quizás encontrarte ahí o seguir caminando. Eso no es poca cosa, a pesar de todo, a pesar de los tropiezos invisibles. Seguir caminando no ya por el camino ni por deporte, sino como ejercicio de supervivencia. No como quien huye sino como el que escucha una voz o entreve una luz en la bruma. El cuesco de este problema es que a fin de cuentas no se sabe bien hacia donde se va siguiendo las torpes señales del instinto, sólo que hay que ir y que las cosas sólo tienen sentido después. Cerrar los ojos y dejarse ir. Tobogán escalera abajo Rodando en el cemento áspero De una calle de la niñez Rodando entre las piedras Golpeando rodillas y costillas contra Árboles, cunetas, líneas de alquitrán, Piedras y mierdas de perro Como un espiral en su eje Girando manchado y adolorido Pero ya sin remedio Girando en la tierra, en los charcos Entre malezas y espinas Girando entregado al destino Sin amargura ni sorpresa Besando con labios y dedos La grasa y el aceite De camiones y autos, sin remedio Besando las manos que A veces Tiernamente y a veces Rabiosamente Tratan de parar esta cascada De días y años Con los ojos Cerrados.
Donde quieres revólver soy madero y donde quieres dinero soy pasión Donde quieres descanso soy deseo y si soy sólo deseo dices no Donde no quieres nada, nada falta y donde vuelas bien alta, soy alud Donde pisas el suelo mi alma salta y gana libertad en la amplitud
Donde quieres familia soy zarpado y donde quieres romántico, burgués Donde quieres La Boca soy Belgrano y donde quieres eunuco, calentón Donde quieres el sí y el no, tal vez y donde ves no vislumbro yo razón donde quieres un lobo, hermano soy y si quieres cowboy, soy taiwanés
Ah! bruta flor del querer Ah! bruta flor, bruta flor...
Donde quieres el acto soy espíritu y si quieres ternura soy ciclón donde quieres lo libre, decasílabo y si buscas un ángel, soy mujer Donde quieres placer soy el dolor y donde quieres tortura, curación donde quieres hogar, revolución y si quieres policía, soy ladrón
Yo quería quererte, amar tu amor, construirnos dulcísima prisión y encontrar la más justa adecuación todo métrica y rima y no dolor Mas la vida es real y aquí tenés la celada que nuestro amor me armó Yo te quiero (y no quieres) como soy No te quiero (y no quieres) tal cual es
Ah! bruta flor del querer Ah! bruta flor, bruta flor...
Donde quieres comicio yo soy vicio y donde quieres romance, rock'n'roll Donde quieres la luna soy el sol, donde pura natura, insecticidio Y donde quieres misterio soy la luz donde quieres un canto, el mundo entero donde quieres cuaresma soy febrero y donde quieres santero, soy obús
Tu querer y tu estar deseando, al fin, lo que en mí es de mí tan desigual me hace quererte bien, quererte mal, bien a ti, mal a tu querer así infinitivamente personal Y queriendo quererte yo sin fin aprender al quererte, así, el total del querer que hay y del que no hay en mí.
Qué tristeza, parado en mitad de este desierto en que sopla el viento. Con las manos en los bolsillos con la mirada sostenida en un horizonte que vibra de silencio y de frío, en mitad de un viento de tierra, de hojas, papeles, pelusas en la cara, pájaros que pasan alto y lejos, solo como sobreviviente de un cataclismo con los zapatos llenos de barro y moho, silencioso y sin réplicas en que el único damnificado eres tú, que sientes esta tristeza vieja y derrotada. Esta ancla que se anuda sola y se deja caer en mitad del vuelo, en mitad de la risa, en mitad del sueño. Mitad realidad, mitad pesadilla, el ancla te sonríe desencantada, desencajada, irónica, olvidándose deliberadamente de la dicha dadora de vida, refregándote el repaso absurdo de decepciones y caídas, refregándote la innegable perversidad de este presente seco, desabrido cuyos únicos remedios son paliativos, cuya única sanación está tan lejos que asusta, tan inaccesible como abrirse el pecho y extirparse ese absurdo músculo rojo y sanguinolento, y el único doctor posible es el hijo de puta que te mira en el reflejo del espejo. Oh médico, cúrate a ti mismo.
Sucio, sin bañarme, sin lavarme los dientes, algo rancio de durma a medio filo, con llantos de bebé enyesada, salgo de casa rumbo al colegio primero con mi hijo, fútbol. Regreso, actividad cambia de horario. Salgo de vuelta con mi hija, basquetbol, esta vez si vuelvo solo, en la radio "el tungue le cocó". Pero antes saliendo de casa "Nubes negras". Silencio. Llueve otra vez y acá adentro los dos. En fin.
No se que se busca escribiendo estas páginas que nadie lee, exponer la rudeza de una vida poco metódica en que ciertas cosas sublimes se dan de porrazos contra la rutina de los días que uno no quisiera fueran ese último día. No hacerlo solo, no hacerlo tristemente, no hacerlo derrotadamente. entender la ironía y al mismo tiempo agradecer los regalos. El de ayer, el de anteayer, el de cada día. Los logros y las descepciones. Sonreir. Qué gran cosa.
Agradecer el haber estado ahí cuando nacieron mis hijos, las dudas, las lecturas, el estrés, el amor y el desamor periódico que nos azota, las enfermedades, las deudas, los minutos de vacío, las caminatas, los atardeceres, la compañía y la soledad. Agradecer incluso el infortunio pero dejarlo irse, lavarse de él y de nuevo sonreir, estoica o espartanamente sonreir con la cara chorreando agua helada y con las muelas destempladas. Gran cosa.