jueves, abril 28, 2005

El antiwittgenstein

"de aquello de lo que no se puede hablar es mejor bloguear"

sábado, abril 23, 2005

Miserabilidad

Salir temprano, que la micro no te pare, que después de 40 minutos te pare y que no alcances a subir de lo llena, que cuando subas una hora después ya atrasado te soben zapatos, mochilas, que el tipo sentado frente a tí no se haya bañado, que huela a ropa sucia, a grasa, a poto, que una vez sentado gordas te soben con sus partes pudendas, que escolares y oficinistas se soben contra tu hombro, que el que duerme a tu lado ronque y entre ronquido y ronquido se mande el peo de la historia. Que respirando a duras penas repares en que el chofer va escuchando a Solis, que te lleguen carterazos, que tengas que escuchar conversaciones autosuficientes y al mismo tiempo al peo, que quieras bajarte pero no puedas, que te paren una cuadra después, que estés media hora atrasado y a la vez indiferente, cansado.
En medio de esto sin pedirlo la voz de Annie Lennox:
Here comes the rain again
Falling on my head like a memory
Falling on my head like a new emotion
I want to walk in the open wind
I want to talk like lovers do
I want to dive into your ocean
Is it raining with you
So baby talk to me
Like lovers do
Walk with me
Like lovers do
Talk to me
Like lovers do
Here comes the rain again
Raining in my head like a tragedy
Tearing me apart like a new emotion.

sábado, abril 16, 2005

Atardecer en Santiago

El cielo no es blanco
El cielo de Dios
El cielo sin nubes
El atardecer de mis sueños
La copa vacía o repleta hasta el borde
El vaso medio lleno
El vaso medio vacío
La copa de los árboles
El vino en la boca
El cielo de Cristo
El vino medio lleno
Las botellas olvidadas
La vid
La copa no es blanca
La copa medio llena
Cristo
El cielo no es nuestro
El anochecer del tiempo
El acontecer sin tiempo
Y el vino no es blanco
Ni el cielo es azul
Ni son estas palabras mías
Ni puedo mencionarte
En secreto
Lo que creo
Cristo

jueves, abril 14, 2005

Lost in Provincia

Resfriado el mundo me llega en sordina, algodonoso. Entre una cosa y otra, convencido de mi extravío vuelvo a caminar. Cuadras de Talca, colectivos por montón mientras arrastro mi resfrío en busca de otra perspectiva. Pizzerías, cafés, McDonalds me guiñan el ojo, hay gente por todos lados, excepto por donde está el hostal, la plaza es un límite, entre la calle de la estación de trenes y la plaza hay escolares, oficinistas, carabineros, boliches abiertos, tiendas de ropa, olor a fritura y a veces a pan fresco.
Pero no quiero entrar solo a un café a tomarme un café. En realidad camino sin saber que quiero, miro y respiro la onda de Talca, esa onda comunal, de Santiago sin serlo, me acuerdo de los símbolos de Flash, eso que es pero que existe porque hay otro que es de verdad.
Ni un huaso, ni una chupalla. Si un supermercado Las Brisas, los mismos bancos ocupando edificios reacondicionados. Caminé varias cuadras dando vueltas, un alumno me saluda. Me siento un fantasma, invisible, inadecuado a este paisaje. Pero puede ser el resfrío, puede ser que extraño a mi familia, pese a que el celular me ha traído la voz tranquilizadora de mi mujer.
No se, de vuelta en el hostal me he tomado dos cafés y una marraqueta con queso y mi antigripal.
La habitación huele a pieza, a encierro y a baño, la tele me acompaña con Boggie Nights por I-Sat, Dirk Diggler sale verde, la tele es vieja no consigo que se vea mejor, no le presto atención, estudio, leo, anoto, leo, miro a la roller girl, sigo leyendo hasta que el sueño me rapta.
Se que estoy en Talca, comienza a hacer frío.
Hace frío con sol en la sala, los alumnos bajo la presión de mi molestia trabajan. Tengo sueño de haber pasado la noche casi metido en un sarcófago, la sensación de haber dormido en un ataúd atrapado por el olor de la pieza, esa mezcla de desodorante de baño y de encierro, tengo miedo de llevarme el olor conmigo. En la mañana las dos tazas de café con leche me resucitaron, me prepararon para echarme a andar en el aire transparente de la mañana, para cruzar el puente de planchas de metal y venirme acá.
Acá donde me siento afuera y estoy adentro, metido hasta el cogote.
Sin embargo el camino de regreso a la estación, tal vez por el resfrío no estuvo acompañado de olores a comida, excepto a la salida de la U entre cacerolazos de alumnos de otra carrera descontentos por no tengo claro qué.
El ítem de vuelta fueron las puertas de algunas casas, la entrada antigua que da sombra espesa, sombra fría de iglesia en un día de sol. Se me repetían cada tantos pasos estos cubículos de dobles-dobles puertas, puertas de madera tallada para afuera y de madera tallada con cristales para adentro y al medio el cuadrado de baldosas con dibujos geométricos o vegetales, modelos victorianos o Morris o art nouveau o art deco estancado como pasaje intermedio entre el adentro y el afuera de esas casas viejas. Baldosas rojas y amarillas, puertas repletas de floritura, paralelogramo invisible.
En la estación olor a sacapuntas, a lápiz de madera recién afilado se escapa de la boletería, piso de madera, lavamanos de loza cuadrado de antiguo al lado del escritorio, el mouse y el teclado.

II

Y fue martes de nuevo y la 390 apareció con flojera en el aire oscuro y frío de las seis de la mañana. Es madrugada a esta hora, es de noche y la gente sale de a poco, yo con gorro de lana que me pica en la pelada extraño el microclima de mis sábanas y la cintura de mi mujer. La rotonda Grecia, los pacos, cuando llego a la Estación Central hay una penumbra creciente que anuncia un día nublado. Tengo sueño.
El tren es casi lo mismo, ventana y un señor que acaba de hacerse una biopsia en la Clínica Alemana, todos hablan por celular, yo no aguanto y me duermo, no en vano me levanté a un cuarto para las cinco.
Anoche “Sideways”, ganas de tomarse un vinacho, de darle ánimos al pelota del protagonista, de que se ganara su cielo de pinot y de rucia vinatera.
Lío en el Hostal. La puerta a mi habitación no abre, se ha trabado la llave, a lo chileno “tiene sus mañas” y en lugar de cambiar la chapa le van a aplicar W40, me pesa la mochila, la de verdad no la de mi cabeza.
En clases un discípulo del negro Piñera (“papurri”) pone música y en su selección sale la “luna roja sobre el mar negro” esa de Soda Stereo, y una bofetada de recuerdos me acomete virulentamente: Quilicura, los años finales de Xerox, las charlas con Esteban acerca de la “equis roja”, el Rosamel, las tardes con el heladero que curiosamente se autoproclamaba como el “Talquino”, el bicho que andaba solo a pesar del “Jamón” Serrano, el “Chino” Rosales, el Carlos Sánchez, la Nancy, “Macanudo” Rafael, Juanito, Santiago, otros que la memoria ya desaparece, el mismo Drope, la Regal, el papel triple, el LX, la revisión piramidal de muestras, Mastrágica, Prograf y Jean Paul Belmondo, los radio taxis, el Mac gris con 2 semanas de música, la ventana con afiches, el aeropuerto, el café con delicias de frambuesa, los helados Trendy. El pasado, mi pasado laboral, el área de diseño, la definición de cargo, lo que me condujo hasta aquí ahora martes doce de abril de dosmilcinco a las catorce veinte.
Pero el dibujo del día no se detiene. No mal, la noche nostálgica deseosa de familia, de amor allá en donde habita mi cabeza extranjera, me dejó dormir tranquilo y calientito. La pieza parecía pieza, la tele me acompañó mientras leía y estudiaba, veintinueve pulgadas de Alicia Silverstone, de Woody Harrelson, Courtney Love, mientras leía y el sueño huía de mí.
Hoy que ya es miércoles, bajo el cielo claro y de vagas nubes en Talca me apuro para llegar a mi lugar. Tengo apuro en estar en mi vida al fin.