miércoles, febrero 13, 2008

Bernard Berries (2002)



Bernard Berries me decía siempre que la vida era un sándwich de mierda.
Un enorme sándwich al cual había que intentar poner todos los días mucha miga para no sentir tanto la mierda. Curiosa teoría que pareciera funcionarle precisa y desagradablemente a mucha gente en estos días neoliberales, en que precisamente la única miga del pan parece ser la guita, cuyo poder engruesa la miga de la salud, de la educación, de la entretención, de Dios, Patria y Familia.
Porque vaya uno a saber en que clase de Dios creía el curioso Bernard Berries, pues entre las comentadas lecturas de Gurdjieff y su práctica regular de yoga uno no podía llegar demasiado lejos en tratar de entender o a postular una línea de conducta coherente. Sus entelequias estaban fuera de mi alcance. No, sencillamente Bernard te enunciaba su teoría del sándwich y ahí no más te quedabas, preguntándote cuanta miga tenía tu sándwich y cuanta mierda te estaba por quedar en las muelas.
Y al tipo no le iba mal, con unos ocho o diez años más que yo, se podría decir que estaba bien acomodado en la vida que había elegido, nacionalizado en Chile después de una trashumancia envidiable Bernard parecía haber encontrado algo.
Quizás por eso me gustaba cada cierto tiempo enviarle un correo y coincidir con un café en la mano para corroborar las inusuales correspondencias del destino y el azar. De cierta forma su auto asumida superioridad, sus dos metros de altura, su cultura y esa sobre valorada sapiencia de viajero, lo hacían un ser al menos interesante de ser observado.
Más de alguna vez el whisky nos hizo participe de curiosas confesiones espirituales, mientras yo le relataba jocosamente mi voyerismo religioso devoto de las sectas populares y del fundamentalismo cristiano (amén, hermano), el tipo me contaba pasajes misteriosos de su llegada al país y como de la nada había llegado a convertirse en alguien cuya opinión debía ser escuchada.
- Un sorete, hermano, mierda pura- me decía - tú crees que los gerentes de las multitiendas o del Banco X entienden algo de lo que tú les quieres explicar, son unos seres desagradables con los cuales no quisieras coincidir ni en la fila del cine, que saben cuando vender a su madre porque el mercado da señales propicias y nada más.
- Ah, pero tú no le has hecho asco a esa gente, que sin ir mas lejos vive alrededor tuyo y en Chicureo o la Dehesa...- le dije un poquito caramboleado por el whisky.
- Pero amigo mío, no sea ingenuo, alguien tiene que invertir en ti ya que no vas a ser tú mismo el que lo haga.
- En fin, en fin...
Tanto él como yo solíamos incurrir en la virtud humana y el defecto estadístico de ser padres, de todavía pequeños y tolerables seres humanos. Cosa que casi cínicamente a Bernard le parecía terrible. Quien me confesaba que la mejor manera de jugar con sus retoños era fumándose un buen y sabroso cuete después de la cena.
- Un día te despiertas y te das cuenta que no se van más y crees que a medida que crezcan va a ser más simple, pero amigo mío, eso no ocurre jamás..., simplemente se quedan toda la vida.
- Bueno - le dije- dicen que mientras son chicos dan problemas chicos y a medida que se hacen grandes los problemas crecen con ellos.
- Y te das cuenta ¡que mal los has criado!
De esas pláticas nunca sacamos nada productivo, fuera de pinponearnos ideas y sugerirnos proyectos la cosa llegaba hasta ahí y cada quien con su sándwich. Eso hizo que al final dejáramos de frecuentarnos y que yo perdiera su correo. Pero nunca podré olvidar la moraleja de su ilustre metáfora. Desde entonces mi vocación de panadero se ha fortalecido esperando paciente a la puerta del horno.

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