jueves, octubre 19, 2006

¿Ah?

Un tango caminante, alcanzó a decir Don Arturo, en esa película argentina antes de parar el DVD y sentarme en la cama con la cabeza entre las manos. La alfombra, mis zapatos, mis rodillas todo junto como un enorme cansancio rodando cuesta abajo entre sustantivos del diccionario de sinónimos e ideas afines: agobio, melancolía, cansancio, depresión, pena, desazón ¿para qué?. Un tango caminante (tres esperanzas tuve en mi vida, dos me engañaron y una murió), el lastre de una mala educación, de dolores estéticos no reales, de lamentaciones inútiles y por supuesto de una realidad poco colaborativa. Entonces me hice la pregunta y respiré hondo, la pantalla apagada, los zapatos donde mismo, la cara ligeramente irónica: ¿cuándo decidimos ser felices?. Mis manos tocan el cubrecamas, respiro ese aroma de la casa limpia, oigo los ruidos de siempre, percibo la marcha milagrosa de los días y sus oportunidades siempre esquivas y no puedo si no reírme, reírme expulsando el aire por la nariz, entendiendo vagamente que la pregunta suponía otra más: ¿Quién decidió que no había que ser feliz?. Entonces la mano fantasma de mi padre muerto acaricia los pelos de mi nuca y recuerdo que siempre hay razones para estar triste, como las tristes cuentas o la insalvable ausencia de lo que está perdido. El televisor apagado refleja la mueca desconsolada que hace mi cara, pareciera que el contento se despidiera yéndose por los muros, pero respiro y me dejo ir, los zapatos inmóviles sobre la alfombra, las manos sobre el cubrecamas fresco, tragando el aroma de los sábados de siesta, recordando esta prisión de huesos y emociones que me contiene, sus batallas de mentira y de verdad, su ir y venir, sus triunfos y desastres pasajeros, el ventanal y el patio verde, la hiedra y la maleza, la presión de otra mano que me ciñe, la voz intrusa de un niño, el que era yo y que hoy es mi hijo, la mirada de dos mujeres hermosas de igual nombre que me esperan.
Hay tantas preguntas y en realidad, qué mierda importa.
Sonrío, soy feliz.

lunes, octubre 16, 2006

encuadres con final feliz

 Poner en orden la obligación de todos los días salir duchado de casa, duchado y bien despierto a pesar de la pesadumbre matinal, del ayuno nocturno y las malas pesadillas con mujeres abominables, con la sombra oscura de un miedo inexpresable y la vejiga a reventar. Meterse obligado pero optimista al chorro tibio que crepita sobre la loza de la tina, cerrar los ojos y quedarse ahí, dejando que las ideas, los miedos, las rabias, los recuerdos, las ilusiones, los sueños, la grasa, los meados y algún peo adormilado se vayan por el desagüe de una vez por todas. Hacerlo consecutivamente entregado a la esperanza de que las horas del día harán su misión reiterativa de barajar encuadres precisos, la balanza electrónica y sus 87 kilos, la taza de café en la cocina, la camisa a rayas, el dentífrico en polvo, la seda dental y esa sonrisa forzada y espumante en el espejo, el parabrisas mojado, el semáforo al doblar la esquina. Fotogramas aburridamente familiares pero tranquilizadoramente cariñosos que me ponen de vuelta en el circo de todos los días, el velocímetro a 71 kilómetros por hora entre el Hyundai verde y el Toyota blanco, la radio con el número digital fijo en el 88.5, las voces también familiares del Polo y Matías, el dedo que indeciso presiona un botón y que instala un disco hiperrepetido de los Beatles: “...so I sing a song of love for Julia...”, mientras la cabeza pasea por los tópicos a repetirse rutinariamente, la planilla excel que debe estar enviada a mediodía, el correo que debe irse antes de las diez, las boletas de servicio que no pueden dormirse en su carpeta azul, la cita a almorzar con el jefe, la cuenta impaga de la luz, el precio de la bencina, el rollo de grasa en el abdomen y mis pobres pies helados que frenan y aceleran obedientemente. Por fuera son las calles y los hoyos de la calle, los lomos de toro, las micros blancas y las amarillas, el Peugeot gris que dobla en segunda fila, la señora de jeans y chaleco negro que avanza lentamente en la esquina impidiéndome pasar y el rugido del camión de la basura que me pisa la cola del auto pidiendo paso.
Yo tarareo a Lennon impávido, se que esto no es más que el día siguiente y el anterior de una serie inconmensurable de días inquietantes y tranquilizadoramente aburridos, no proyecto nada dolorosamente real ni candorosamente ilusorio en esto que me ocurre, avanzo medio dormido por las canciones de un cd con canciones viejas “...her hair of floating sky is shimmering...” mientras las calles suman letreros verdes, semáforos, demoliciones, escolares, pacos y ceda el paso. Yo tarareo mi resignado chofereo, seguro de que no importa que malo sea el primer sabor de la oficina helada todo será pasajero y que el fotograma final, el desencadenante será tu cara sentada a la mesa contándome tus teleseries de oficina, será el close up de tus labios sobre los míos.
Pero falta mucho para llegar a ellos.

lunes, octubre 02, 2006

De mi lado Diseñador



Entrevista que me realizara Revista Dircom en relación con la ponencia en el encuentro de la Universidad de Palermo. En el vínculo que sigue está el documento en formato pdf.

Comunicación, Diseño y Poder
Revista DirCom nº 63
Septiembre/octubre 2006

pgs. 18 y 19
(Diálogo con Álvaro Magaña Tabilo)